TOXICOLOGÍA VINCULAR

 

Lic. Miguel  A. Silva Cancela

Abril del 2013

Montevideo – Uruguay

Propuesta de una definición transdisciplinaria y operativa de adicción

Una precisión necesaria: desde el paradigma en el que nos posicionamos para la comprensión y el abordaje clínico de los vínculos adictivos, al que hemos denominado “toxicología vincular” por razones que desarrollaremos luego, no podemos proponer ni aceptar una definición acabada de una problemática compleja como la que nos ocupa. Por entender los fenómenos sociales como procesos en permanente transformación, impulsados por dinámicas que remiten al complejo entramado de sus propias contradicciones internas, y a causalidades no lineales sino circulares y recursivas que implican ineludiblemente a “la posición del observador” de los fenómenos, o al dispositivo de intervención que se diseñe para abordarlos, estos no son pasibles de una definición que congele esa rica y permanente dinámica de transformación que los caracteriza. No obstante, a nuestro juicio, los fenómenos sociales pueden ser pasibles de comprensión mediante descripciones rigurosas de variables intervinientes en los procesos, que incluyen necesariamente al propio dispositivo de análisis e intervención que diseñemos para abordarlos, y de los dinamismos y funcionamientos que emergen como efecto de las mismas, caracterizados por el movimiento y la mutación permanente. Por lo anteriormente expuesto simplemente intentaremos bosquejar una definición operatoria y funcional de adicción en consonancia con el paradigma que la sustenta. Toda definición parte de un esquema previo de postulados básicos, un paradigma, “filosofía elemental” o marco conceptual basal que funciona como los cimientos nocionales para la construcción de cualquier discurso sobre las “cosas”, y una definición es básicamente eso: un discurso sobre un sector de lo real. En esta comunicación también intentaremos bosquejar, más allá de la definición explícita de adicción, los postulados y categorías de análisis básicos del paradigma que la encuadra y la fundamenta. 

DEFINICIÓN DE ADICCIÓN: bloqueo en el proceso de individuación y autonomización  de una persona, que se expresa fundamentalmente por la puesta en acto, con alguna de las infinitas alternativas de alienación que nuestro sistema  social ofrece (sustancias psicoactivas-juego-trabajo-internet- ideologías- alimentación-marcas- etc.), de sus matrices primarias de significación y vinculación tóxica

Estas matrices han sido incorporadas inconscientemente en su grupo primario y entorno social en su proceso de socialización,  por naturalización e incorporación acrítica de códigos sociales,  y encuadres institucionales de significación y vinculación. 

A nuestro juicio estas estructuras matriciales constituyen el inconsciente más basal del psiquismo, pues operan como los encuadres internos sobre los que fluyen los procesos psíquicos, y organizan lo que es significable y pensable y lo que no lo es. En el adicto son tan restrictivas, simbiotizantes, estereotipadas y rígidas,  que impiden o dificultan severamente la generación de espacios instituyentes  de intercambio con otros seres humanos que promuevan procesos de  subjetivación recíproca. 

Desde nuestro paradigma proponemos la investigación y transformación de estas matrices primarias de significación y vinculación tóxica (noción transdisciplinaria, pues integra indisolublemente componentes biológicos, psicológicos y sociales) como objetivo clínico central de los equipos interdisciplinarios que se constituyan para el abordaje de los consumos problemáticos en los diferentes niveles asistenciales.  

Todo vínculo alienante con “sustancias”, revela y denuncia una base latente previa  de vínculos alienantes con otros seres humanos, un grupo interno inhabilitante y enloquecedor que sigue sometiendo al sujeto a sus códigos, encuadres y guiones imaginarios. Lo que generalmente se observa como conducta rígida, repetitiva y estereotipada en el adicto, que erróneamente tiende a evaluarse como señal inequívoca de cronicidad de “su” patología, también revela y denuncia una estructura compleja de matrices vinculares familiares y sociales que lo mantienen “rígida y estereotipadamente” ubicado en un lugar inamovible e invivible, que impide o dificulta severamente la generación de vínculos subjetivantes.

En lugar de ellos aparecen “objetivados”, “cosificados” por la hegemonía alienante de sus matrices tóxicas. En ese “nicho existencial inhabitable”,  las sustancias o cualquiera de las múltiples y siempre renovadas ofertas de alienación que nuestro sistema social nos propone, pasan a cumplir funciones esenciales, y a generar múltiples beneficios secundarios a nivel de la persona consumidora, de su grupo primario y de su entorno social.

“TOXICOLOGÍA VINCULAR”

Hacia un paradigma no drogocéntrico y transdisciplinario de los 

vínculos tóxicos

 “Contra el positivismo, que se detiene en los fenómenos: “Solo hay hechos” – yo diría: no, precisamente no hay hechos sino solo interpretaciones (…) pero esta ya es una interpretación”

  1. Nietzsche

Cuando hablamos de “toxicología vincular” intentamos reposicionar el campo clínico de las adicciones, desplazando su foco desde los clásicos enfoques biologistas drogocéntricos hacia una toxicología vincular transdisciplinaria, donde el objetivo estratégico fundamental de la investigación y acción clínica estaría en diagnosticar, problematizar y cambiar las matrices primarias de vinculación tóxica operantes en el adicto, su grupo primario y su entorno social por otras más propicias para una vinculación más nutricia y habilitante para el desarrollo de sus procesos de autonomización.

Consideramos a un paradigma como una pauta, modelo, o marco nocional compartido por una determinada comunidad de científicos que les proporciona modelos de problemas y soluciones, o siguiendo más estrictamente a Kuhn: “completa constelación de creencias, valores y técnicas compartidas por los miembros de una determinada comunidad científica que determina:  1) lo que se debe observar y escrutar 2) el tipo de interrogantes que se supone hay que formular para hallar respuestas en relación al objetivo 3) cómo deben escrutarse esas interrogantes 4) cómo deben interpretarse los resultados de la interpretación científica (Kuhn: 1969 “La estructura de las revoluciones científicas”).

En esta comunicación intentaremos bosquejar sintéticamente las premisas, postulados, categorías de análisis y perspectivas básicas de un paradigma para la comprensión y abordaje clínicos de los consumos problemáticos y adicciones, que hemos venido desarrollando e implementando con otros compañeros desde 1989 a 2005 desde el Área de Familia de la Policlínica de Farmacodependencia del Hospital Maciel (primer centro de referencia nacional a nivel público para el abordaje de los consumos problemáticos en el Uruguay) y que desde 2005 a la fecha, junto al Dr. Juan M. Triaca y al equipo del Portal Amarillo, ha sido y sigue siendo el marco conceptual, referencial y metodológico que orienta nuestras acciones, enfocadas hacia la construcción y el fortalecimiento de la red drogas con perspectiva interdisciplinaria, intentando hacerla cada vez más accesible y hospitalaria para el usuario problemático de sustancias, su familia y su entorno social. 

A nuestro juicio es imprescindible para el adecuado funcionamiento de una red asistencial, que sus diferentes recursos, dispositivos y herramientas se organicen desde un paradigma común.  El mismo oficiará para la red como un “lenguaje básico compartido” que organice objetivos estratégicos también consensuados en la misma, capitalizando y gestionando eficientemente las ineludibles y enriquecedoras diferencias en tácticas, herramientas teórico-técnicas y posibilidades de los distintos efectores de la red, en pos de esos objetivos estratégicos comunes. 

Consideramos importante la explicitación de este paradigma que ha venido encuadrando a lo largo de los años nuestras intervenciones clínicas con consumidores problemáticos, sus familias y sus contextos sociales de referencia, a los efectos de ofrecerlo al análisis crítico de nuestros colegas y de las diferentes comunidades científicas de las disciplinas que ineludiblemente debemos convocar para la comprensión y el abordaje de una problemática sumamente “indisciplinada”, en el sentido de que afortunadamente no se deja capturar fácilmente en ningún discurso disciplinario con pretensiones omnicomprensivas y por lo tanto reduccionistas, ya sea psicologizante, medicalizante o sociologizante. 

“Para enriquecer la comprensión de este tan peculiar síntoma, que emerge en un sujeto, no podemos referirlo exclusivamente a una particular estructuración biológica o psíquica individual, ni tampoco a una trama vincular familiar específica, que lo reduzca a una serie de intercambios afectivos, comunicacionales o imaginarios fallidos o disfuncionales generados en su familia. Para profundizar en los sentidos de este síntoma debemos incluir necesariamente una mirada ecológica, desde la que podremos constatar que los consumos problemáticos en el mundo de hoy también hunden sus raíces en nuestra organización social actual, y se nutren y crecen a expensas de muchas de sus contradicciones y perversas reglas de juego”.

 

“Las cosas tienen fuerza, cuando en ellas están alienadas las fuerzas de los hombres”

  1. Bleger

“Elige muy bien a tus enemigos, porque tarde o temprano terminarás pareciéndote a ellos”

J.L. Borges 

“Desde nuestro paradigma –premeditadamente no drogocéntrico- intentamos alejarnos de la peligrosa mistificación y fetichización de los poderes de las sustancias. Esta mistificación y fetichización adopta múltiples formas en nuestro sistema social actual, estando paradojalmente sostenida y potenciada por toda la enorme parafernalia de instituciones que inscriben su quehacer en algún punto de la denominada guerra contra las drogas. 

Plantear así la guerra es la forma más segura de garantizar que se siga perdiendo crónicamente (esta es una guerra que está diseñada para ser perdida, pues de la derrota crónica se nutren estas instituciones adictas, que extraen de la misma poderosos beneficios secundarios). Si esta guerra mágicamente se ganara, buena parte de nuestra maquinaria social actual colapsaría como efecto de un devastador síndrome de abstinencia a escala planetaria, empezando por el sistema financiero internacional, que se vería privado de su empresa más exitosa y de sus mercancías más lucrativas. 

Las mismas instituciones que explícitamente luchan contra las drogas, funcionan implícitamente como sus principales aliados, al otorgar en sus discursos institucionales un protagonismo y un poder a las sustancias enemigas que nunca merecieron, transformándolas en verdaderos hiperobjetos fetichizados – socioactivados – (utilizamos aquí la noción de fetiche aportada por el materialismo histórico, para el cual fetiche es aquel objeto que ha sido capaz de ocultar su proceso social de producción).

Los mismos discursos institucionales que contribuyen a la producción social de estos hiperobjetos, construyen como contrapartida vincular, subjetividades cronificadas como minusválidas, frágiles, dependientes, que en el mejor de los casos podrán aspirar a desplazar su adicción enferma de estos hiperobjetos droga a otras “sustancias buenas” o a la propia institución, con el valor agregado para la misma de lo “vivencial – testimonial” como mecanismo de captura, en estrategias de marketing que mantienen así la producción de demanda y la reacción en cadena. 

Desde la toxicología vincular proponemos desandar ese camino, planteándonos como primer objetivo de una clínica implicada, reposicionar el escenario de lucha: en lugar de pelear contra cosas o sustancias tóxicas, adictivas, trataremos de problematizar y cambiar vínculos tóxicos, alienantes, simbiotizantes, buscando efectos terapéuticos al analizar los encuadres internos, las matrices primarias de significación y vinculación que sostienen esos vínculos. Analizar, en definitiva, todo el software socio-institucional interno que se va instalando como soporte de nuestro psiquismo, al entretejerse nuestra historia personal con nuestra historia social y nuestra biología.”   

Denominamos nuestro paradigma “toxicología vincular” no meramente en un sentido metafórico sino también directo, material y literal. La desintoxicación biológica de los efectos de las sustancias es relativamente sencilla, comparada con el que a nuestro juicio debería ser el objetivo estratégico central de los equipos implicados en el abordaje de los vínculos adictivos: bajar la toxicidad de sus matrices vinculares. 

Esta “toxicidad” como decíamos, no es simbólica o metafórica, sino también estrictamente biológica. Estamos hablando literalmente de vínculos altamente psicoactivos pero en un sentido negativo: vínculos asfixiantes, enfermantes, fusionales, indiscriminados, violentos. En pocas palabras: amores que matan o dificultan severamente el desarrollo de la vida de los vinculados, que por circunstancias nada casuales en el mundo actual son pandémicos. 

Esta perspectiva, que a nuestro juicio es más fiel a la concepción monista e integradora del hombre como unidad biopsicosocial indisoluble, nos permite extrapolar fácilmente las tradicionales clasificaciones de sustancias psicoactivas, como la que divide a las drogas en 1- estimulantes, 2- depresoras, 3- psicodislépticas, a los vínculos interhumanos. En el ámbito de la salud mental conocemos muy bien la dinámica de vínculos con efectos altamente estimulantes, otros con efectos sumamente depresores, y por supuesto que trabajamos permanentemente con vínculos psicodislépticos, y más directamente psicotizantes y enloquecedores, al atacar y perturbar severamente los sistemas de pensamientos, percepciones y emociones de los vinculados. 

Esta perspectiva cuenta con la ventaja de que nos permite incluir en el campo de análisis e intervención de las adicciones el extensísimo territorio de las adicciones sin sustancias (ludopatías, internet, trabajo, fanatismos ideológicos o religiosos, violencias, etc.).

La toxicología vincular también nos permite problematizar otras clasificaciones muy cuestionables clínicamente, como la que diferencia a las drogas en “duras” y “blandas” según su potencial adictivo, contribuyendo así a la mistificación y fetichización social de los “poderes de las sustancias”. El paradigma que proponemos nos permite en cambio discernir fácilmente en la clínica que los seres humanos podemos construir y sostener vínculos “blandos” (con muy bajo riesgo de establecer una adicción) con drogas muy “duras”, como el alcohol, y que también somos capaces de generar vínculos muy “duros” (dependientes, adictivos, simbiotizantes) con sustancias “blandas” como la marihuana o incluso sin la necesidad de introducir ninguna sustancia en el cuerpo como en el caso de las ludopatías. Que se constituya una matriz vincular saludable o una alienante y tóxica no es casual ni depende solamente de la sustancia usada y de sus “poderes” farmacodinámicos y farmacocinéticos, sino que se constituye a partir de una compleja sociogénesis en la que se conjugan componentes históricos intrasubjetivos o personales, intersubjetivos o grupales y transubjetivos o socioinstitucionales, que indisociablemente ligados a componentes biológicos, dan por resultado las infinitas variaciones de nuestras matrices primarias de significación y vinculación. 

“En los discursos y paradigmas hegemónicos sobre las adicciones, generalmente se pierde de vista – o mejor dicho queda invisibilizado – que el principal productor, distribuidor y consumidor de drogas, de sustancias altamente psicoactivas siempre ha sido nuestro sistema nervioso central, y sin la necesidad de introducir ninguna sustancia externa. Las drogas ilegales, las legales, y el 99% de los psicofármacos no actúan sobre el neocortex (que es un invento evolutivo relativamente reciente: es nada menos que el cerebro de la cultura, el propiamente humano, el de los vínculos a nivel simbólico, el del lenguaje, el de las instituciones), sino sobre nuestro “cerebro emocional”, en una porción muy acotada del cortex prefrontal y del mesencéfalo, que funciona en forma casi idéntica en un ser humano y en  una rata (así se pretende justificar que las investigaciones de sustancias psicoactivas hechas con animales en el laboratorio sean extrapolables al mundo humano). 

Prácticamente todas las drogas legales e ilegales actúan o intentan actuar en nuestro “cerebro emocional”, sobre la producción, metabolización y captación de tres neurotransmisores que gobiernan nuestras emociones básicas y sobre todo las sensaciones de placer y displacer que son: la dopamina, la serotonina, y la noradrenalina. 

Estas investigaciones neurobiológicas son tan valiosas, como peligrosos algunos efectos sociales de ciertos biologismos reduccionistas institucionalizados. Por ejemplo: el problema de las drogas desde algunos discursos biologistas a ultranza se reduce a la interacción entre un organismo biológico y una sustancia psicoactiva adictiva que incide sobre su dopamina, serotonina o noradrenalina. Esto se resuelve fácilmente cambiando la “droga mala” por una “buena” y ya está. Muchas instituciones se hacen rápidamente adictas a ese reduccionismo sustitutivo que genera y sostiene un poderoso y muy lucrativo mercado de “drogas buenas” y legales con todos sus “beneficios secundarios”. 

Estas matrices explicativas reduccionistas dejan escapar nada más ni nada menos que las mayores potencialidades humanas (todo lo que precisamente nos hace humanos y nos diferencia radicalmente de la rata y el reptil). Deja escapar nuestra magia mayor: la posibilidad de transmitir ideas, imágenes, conceptos, toda la producción cultural humana – que es altamente psicoactiva y bioactiva – con un simple truco del neocortex: sonidos articulados estructurados en sistemas simbólicos (léase lenguaje) que permiten transmitir a distancia todas estas imágenes, conectando en forma “inalámbrica” cerebros y cuerpos por mecanismos biológicos muy concretos, liberando neurotransmisores al por mayor sin necesidad de introducir ninguna sustancia externa en nuestro cuerpo, ni alimentar ninguna industria de drogas buenas o malas. 

Todo esto con el ancestral truco de los vínculos interhumanos, que son muy activadores de la dopamina, serotonina o noradrenalina, para bien o para mal. Vínculos que pueden ser muy saludables o sumamente tóxicos pero siempre muy psicoactivos y bioactivos. 

Pensemos como ejemplo en el dispositivo de alcohólicos anónimos, donde con el simple apoyo vincular de un grupo y un sistema de creencias compartido (con el que podremos estar de acuerdo o no) y sin necesidad de recurrir a ninguna sustancia substituta, millares de alcohólicos crónicos en el mundo se mantienen en abstinencia a una sustancia que es mucho más devastadora a nivel de sus efectos en el sistema nervioso central que la cocaína e incluso, para algunos autores, que la heroína. 

El ancestral recurso de una red vincular sólida y un sistema de creencias compartido (sea cual sea), es altamente dopaminérgico, aunque seguramente a pocos laboratorios les seducirá la idea de financiar investigaciones que lo pongan en evidencia.” 

Desde la “toxicología vincular”, el analizador más fiable para diferenciar un vínculo sano de un vínculo patológico, o para ser más precisos: una matriz de significación y vinculación saludable y habilitante de una matriz de significación y vinculación tóxica y adictiva, es que la primera incluye la posibilidad de la constitución de un espacio instituyente de subjetivación recíproca con otros seres humanos. En este espacio vinculante donde prevalecen la discriminación, la confianza y el respeto, se instala una mutación permanente en la subjetividad de los así vinculados. 

Si esa matriz de significación y vinculación saludable, a su vez, porta una alta carga de “afectividad” (pensemos por ejemplo en vínculos familiares, amistosos o de compañerismo), la potencialidad instituyente y subjetivante para los vinculados desde esa matriz es mucho más intensa. No olvidemos que la palabra afecto remite básicamente a la capacidad de “afectar y ser afectado por el otro”, tanto positiva como negativamente. 

En una matriz de vinculación saludable, este afecto, afectará positivamente  a los vinculados en procesos de habilitación mutua al crecimiento y al cambio, sostenidos y contenidos mutuamente por la confianza y el respeto.

En una matriz tóxica, signada por la indiscriminación, la desconfianza y el miedo, ésta carga afectiva afectará muy negativamente a los vinculados, aportando sustancialmente a la toxicidad de ese vínculo que en casos extremos – hoy lamentablemente muy comunes – puede inducir niveles de inhabilitación y violencias mutuas incompatibles con el desarrollo de la vida de los así vinculados. Vínculos inhabilitantes, asfixiantes, simbiotizantes, en los que no se puede estar, pero de los que tampoco se puede salir. 

Este tipo de matrices vinculares, incorporadas en el grupo primario son los que luego se reproducen inconscientemente con las sustancias psicoactivas o con las infinitas y siempre renovadas ofertas de alienación que nuestro sistema social nos ofrece. 

En una matriz de significación y vinculación saludable, la mutación subjetiva se produce cuando las matrices de cada uno son “interpeladas y violentadas” amable y respetuosamente por el otro, ampliándose y enriqueciéndose progresivamente de ese modo el mundo interno y externo de ambos por efecto de ese vínculo.  

En cada perturbación o leve movimiento de “desnaturalización”, de las matrices anteriores de los vinculados, se da ineludiblemente una perturbación, que enriquece y amplía los “universos existenciales previos” de los que aceptaron el fascinante riesgo de la potenciación de la autonomía que se genera a partir de la inclusión en redes vinculares donde prevalezcan la confianza, el respeto y de este modo una permanente afectación recíproca habilitante y autonomizante.  

Estas dinámicas son los que a nuestro juicio también marcan la frontera entre procesos de aprendizaje y acumulación de información. La acumulación de información no exige una vinculación significativa con otro, y por lo tanto no genera una transformación subjetiva y existencial. El aprendizaje, en cambio, se produce como efecto de las mutaciones existenciales y subjetivas producidas en un vínculo que habilita ese espacio de subjetivación recíproca. El aprendizaje remite a la operatoria, a lo que nuestras matrices de significación y vinculación nos permiten “hacer, producir, sentir, ver y pensar”. En definitiva: cómo llevar a la vida las informaciones transformadas en herramientas. Por lo anterior, para nosotros, todo vínculo que posibilite procesos de aprendizaje es un vínculo que genera efectos terapéuticos. 

No hay aprendizaje – ni terapia – sin un vínculo de fuerte afectación recíproca con un otro u otros muy significativos. 

  1. A) INTRODUCCIÓN: “¿Del homo sapiens al homo zapping?”

Algunas “locuras, adicciones, perversiones y estupideces de nuestra normalidad”

Muchas veces uno tiende a pensar que los males del mundo se deben a oscuros señores, que detrás de pesados escritorios, diseñan inteligentes, perversas y poderosas estrategias de dominación y maldad (que los hay, los hay), pero cuando uno piensa de esa forma, uno está subestimando una poderosísima fuerza: uno tiende a subestimar la estupidez humana”.

  1. Bioy Casares

La reflexión crítica interdisciplinaria permanente sobre la problemática de los vínculos adictivos, es a nuestro juicio el antídoto más eficiente con el que contamos frente a los riesgos de enfoques monodisciplinarios parciales, reduccionistas y por lo tanto cronificantes. A su vez también nos preserva de los riesgos de la sobreimplicación, en el entendido de que cualquier mirada sobre la realidad es ineludiblemente una mirada implicada en condiciones de época, en encuadres ideológicos, filosóficos, de clase social, etc. que no solo determinan el sesgo de nuestra mirada sino directamente lo que podemos o no podemos mirar y por lo tanto ver, entender, y transformar el mundo que nos tocó en suerte. 

También somos conscientes que todo diagnóstico, todo tratamiento, que hagamos a nuestros pacientes intramuros (de nuestro consultorio o de las instituciones en las que desarrollemos nuestras prácticas) ineludiblemente circulará extramuros a través del imaginario social, que más allá de nuestra voluntad consciente, contribuimos a crear y renovar permanentemente, gestando de este modo todo una serie de diagnósticos y tratamientos sociales, que pueden ser incluso sumamente iatrogénicos.

“Nuestros consultorios no son islas. Nuestras concepciones sobre lo que “es” una adolescencia sana o patológica, o consumos normales o problemáticos, circulan socialmente e inciden directamente sobre el imaginario social, y por lo tanto en los “tratamientos sociales”, que reciben los así “diagnosticados”

Lo que recibimos ingenuamente como “demanda” en nuestros consultorios, es en buena medida el efecto de las “ofertas” que nosotros y nuestras instituciones hemos inoculado y naturalizado antes en el imaginario social como desajustado o patológico.

Damos así fuerza a muchas corrientes oceánicas que terminan arrastrando a un buen número de usuarios a nuestros consultorios, buscando encontrar allí posibles soluciones para lo que nosotros y nuestras instituciones hemos inoculado y naturalizado antes en el imaginario social como enfermo. 

“La histórica búsqueda de las ciencias del Hombre por describir objetivamente las distintas patologías, su génesis  individual, y su evolución esperada, quizás guarde relación con los desesperados intentos de nuestra sociedad por escapar al universal dolor humano, transformándolo en un objeto, cosificándolo, aislándolo de los contextos de los que emerge, armando con él diferentes modelos posibles de lo anormal con los que alguno de sus integrantes puedan identificarse, siendo muchas veces para ellos muy escasas -y por lo tanto valiosísimas existencialmente- las posibilidades de ser identificados o reconocidos. Ser anormal para algún técnico, en alguna institución, en alguna de sus múltiples y siempre renovadas versiones como única vía ofrecida y aceptada para ser alguien y ser tratado de alguna forma, como alternativa a la anomia. No se trata de decir con esto que el sufrimiento psíquico y la enfermedad mental no existan, sino que sus diversas modalidades de gestación, presentación y desarrollo, son a nuestro juicio, indisociables de las formas -históricamente determinadas- que cada comunidad va generando para verla, ubicarla, entenderla y tratarla”.

Siempre podremos encontrar al joven que “bajo la influencia de algún estupefaciente” cometió algún delito espantoso, al dueño del dedo que apretó el botón que arrojó la bomba, al torturador, o al último ministro corrupto (no intento sugerir que no haya que buscarlos y encontrarlos), no obstante, personalmente creo que una búsqueda mucho más productiva y necesaria socialmente, en la que las ciencias del hombre deberían aportar mucho más, es la comprensión y desarticulación de toda la parafernalia institucional, que no solo produce y promueve la emergencia de tales subjetividades, sino que las hace estrictamente funcionales y por lo tanto imprescindibles para su perverso funcionamiento. 

“Subjetividades sustituibles como fusibles de maquinarias absurdas, que en tiempos de crisis toman una obscena visibilidad. Máquinas locas que amenazan perpetuarse impunemente sin mayores contratiempos, pues siempre generan sistemas de relevos – nuevas subjetividades fusible haciendo cola –  demandando desesperadamente ocupar los lugares vacantes en muchas instituciones con reglas de juego no solo estúpidas y estupidizantes sino muy perversas y enloquecedoras. 

No olvidamos que ni la dimensión intrasubjetiva, ni la intersubjetiva, explican linealmente lo social-histórico: nuestros encuadres, los pactos, los códigos, los secretos, las instituciones hegemónicas, las lógicas prácticas, las perversas reglas de juego de nuestro sistema social, en definitiva las locuras, perversiones y estupideces de la normalidad, que deberíamos investigar seriamente antes de buscar y encontrar perversiones y locuras tan fácilmente en individuos concretos, disociados de su contexto (que de esta forma queda naturalizado y preservado de cualquier acción transformadora) y ubicar y tratar la patología en ellos. 

Esta perspectiva nos obliga a recordar que no hay ni habrá locos, o adictos, como entidades abstractas levitando en el vacío, sino que siempre hubo y habrá actores sociales enloquecidos, en vínculos y escenarios sociales con guiones enloquecedores. Deberíamos contribuir de esta manera (en lo que constituye a nuestro juicio un sustrato ético basal a toda intervención clínica) en el enorme campo de acción e investigación sobre el pensamiento sedimentado en instituciones que nos preceden, y nos van constituyendo como sujetos sujetados a ellas, aún mucho antes de llegar a este mundo, muchas de las cuales permanecerán casi inalteradas luego de nuestro breve pasaje por él. 

Arroguémonos el que quizás sea el más fundamental y verdadero derecho que nos corresponde como seres políticos: el de intentar mover algo del pensamiento instituido, encuadrado institucionalmente, sedimentado, que nos antecede y constituye, para que brille – no por mucho tiempo – la vida y el deseo, como fuerza productiva instituyente. Derecho a decir algo, a escuchar algo, a agregar alguna línea al guión socio-histórico que nos precede, y en el que nuestra subjetividad – en buena medida – ya estaba escrita.”

Aunque nos cueste reconocerlo, por la inadvertida pero aún poderosa influencia del viejo imaginario positivista – mecanicista y sus mitos de neutralidad y asepsia científica debemos asumir que toda acción clínica es una acción micropolítica, que incluso la pretensión de neutralidad y asepsia es ya una postura política institucional muy radical. 

Paradojalmente, podemos acercarnos más a la utopía de la objetividad, cuanto más conscientes podamos ser de nuestra subjetividad y de nuestra implicación en el campo social vincular en el que se inscriben nuestras prácticas.

 Cuando hablamos de política, nos referimos a la inmanente capacidad instituyente de los colectivos humanos, así como también a la dimensión gregaria y social inherente a la condición humana, y sus posibilidades de construir futuros, de inventar destinos diferentes, a los que nos conducirían nuestros determinantes históricos.

Desde nuestra perspectiva el destino no es el futuro, sino la historia social no incluida en el campo de análisis e intervención de los colectivos humanos. En definitiva: romper con la imagen determinista y fatalista del Hombre como producto de su medio, y reivindicar el derecho y poder del Hombre de producir medios más habitables y decorosos para su existencia. Estos procesos cobran particular visibilidad en el campo de problemáticas que nos ocupan: el uso problemático de drogas en el siglo XXI.

 

“La desvalorización del mundo humano crece en razón directa a la valorización del mundo de las cosas”

  1. Marx

En una esquemática perspectiva macrosocial, a nuestro juicio la mutación civilizatoria a escala planetaria de la sociedad de consumo, producida por la asociación entre el marketing, el capital especulativo y las nuevas tecnologías informáticas induce una mutación subjetiva inédita en el homo sapiens, degradándolo en “homo zapping”, en un zombie consumidor. Pensamos que el marketing en este momento sociohistórico, es la lógica rectora del funcionamiento social, logrando entronizarse como un verdadero lenguaje hegemónico y universal para la especie humana en estos tiempos de globalización; que sobrecodifica y sobredetermina todos los otros lenguajes, aportando así las matrices básicas de lectura y producción de la realidad social, desde las cuales organizamos nuestras formas predominantes de vincularnos con las cosas y con otros seres humanos. 

El marketing, haciendo máquina con las nuevas tecnologías en esta era del capitalismo líquido mundial integrado en tiempo real es el dispositivo de producción de subjetividad más poderoso y eficaz creado por el hombre. El problema es que estamos siendo fagocitados por nuestro maravilloso invento. 

En esta fase de desarrollo de la sociedad de consumo, a nuestro juicio podríamos afirmar, que las variadísimas diferencias de la estrategias de marketing a escala planetaria, circulan en realidad, sobre un único eje imaginario y una fantasía básica: intentar convencernos de que la enorme mayoría de necesidades y deseos que los seres humanos, como seres gregarios y políticos venían satisfaciendo a lo largo de la historia a partir de sus redes vinculares con otros seres humanos, pueden ser satisfechas de forma mucho más rápida, sencilla, y eficaz por una infinidad de objetos de consumo creados y permanentemente renovados por el sistema para esos fines. 

Este imaginario tiene un poderoso efecto disolvente sobre el tejido social (léase redes vinculares significativas con otros seres humanos que históricamente nutría y sostenía la vida del actor social como célula básica de ese tejido), que tiende a ser colonizado y sustituido por una nueva y velocísima red de distribución, comercialización y consumo de mercancías fuertemente “fetichizadas” por efecto del marketing, en esta fase de desarrollo de la sociedad de consumo. 

La hipervelocidad de esta red en la que estamos hiperconectados en tanto consumidores – pero pobremente vinculados – es el motor fundamental de nuestro sistema social actual, generando por lo tanto múltiples beneficios secundarios sistémicos, a pesar de ir en contra de una evidencia antropológica: las comunidades humanas en las que se organizan matrices vinculares más solidas y profundas entre sus habitantes, articulados por sofisticados sistemas de intercambio de bienes culturales y simbólicos signados por la cooperación, solidaridad y ayuda mutua se caracterizan por mostrar una relación inversamente proporcional entre toda esa “riqueza vincular” y una gran “austeridad” y baja fetichización de sus objetos materiales, a los que se les adjudica un valor meramente instrumental. 

Proponemos  ilustrar estos procesos en una situación ejemplificante propia de nuestros días: en una familia de cinco integrantes donde opere una matriz grupal vincular sofisticada y operativa, desde la cual los “mundos personales” de sus cinco integrantes estén intensamente comunicados por puentes vinculares sólidos, sostenidos desde la confianza, el respeto y una afectividad nutricia, que promueva procesos de subjetivación recíproca, seguramente serán necesarios muy pocos objetos de consumo (pongamos como ejemplo televisores o computadoras). Por el contrario en otra familia de cinco integrantes donde el tejido social interno que conecte los “universos existenciales” de sus cinco integrantes sea muy precario, inestable y poco nutricio, aunque haya una alta carga afectiva – si ésta no encuentra puentes vinculares sólidos para circular – es esperable que aparezcan vivencias de soledad, aislamiento, angustia, temor, desconfianza, frustración, impotencia y enojo. De esta forma se instituye una matriz vincular muy propicia para que cuando aparezca la afectividad lo haga bajo las múltiples formas de la violencia. 

A pesar de los “altos costos subjetivos” de estas dinámicas grupales, hoy en día pandémicas, son también muy ostensibles los “beneficios secundarios” para la sociedad de consumo que hemos construido: en esos grupos humanos se necesitarán por lo menos cinco televisores, cinco computadoras y otra infinidad de objetos de consumo, para intentar paliar y compensar – siempre provisoria e insatisfactoriamente – el padecimiento psíquico y el vacío existencial promovido por ese funcionamiento social. 

Esta dinámica social, hoy en día preponderante por ser el motor principal de nuestra sociedad de consumo, sigue produciendo – a todo vapor – subjetividad consumidora que podríamos esquematizar rápidamente como: individuos demasiado individuados, como células sociales sin tejido vincular que las sostenga, vincule y nutra, con vivencias predominantes de vacío, desamparo, soledad, aislamiento, miedo o pánico (como manifestación sintomática de la angustia) que intentan infructuosamente paliar – en un registro meramente fáctico – integrándose a las redes alternativas ofrecidas por el mercado global, que los mantendrá “conectados” a las mismas como consumidores de pleno derecho.

“Del funcionamiento de esta megaindustria del marketing, a escala planetaria surgen dos grandes productos esenciales para mantener activa nuestra maquinaria social actual:

  1. La fetichización permanente de los objetos de consumo transformándolos así en hiperobjetos, de los cuales las drogas serían verdaderos objetos top por la plusvalía social que portan. Utilizamos nuevamente aquí la noción de fetiche aportada por el materialismo histórico, para el cual fetiche es aquél objeto que ha sido capaz de ocultar su proceso social de producción. Cuando hablamos de plusvalía social de los objetos, intentamos destacar algo que habitualmente se deja bastante de lado en la clínica y en los manuales de psicopatología y de biopatología: que los seres humanos no nos vinculamos con “cosas en sí”, sino con discursos socialmente construidos sobre las cosas que luego cargan ese “plus” socioinstitucional. Esa “plusvalía social” es lo que hace a cualquier objeto de nuestro sistema social, más o menos psicoactivo, y también incide significativamente en su bioactividad en nuestro cuerpo; siendo por ejemplo, el motor fundamental del célebre “efecto placebo”. A modo de ejemplo: uno no se compra un auto, o cualquier otra cosa, uno compra un discurso sociohistórico sobre un auto, por eso seguramente un “Ferrari” es mucho más psicoactivo, bioactivo y socioactivo que un “Fitito”. Esto es perfectamente extrapolable al plano de las ideas: los vínculos con una ideología, o incluso con nuestros referentes teórico-prácticos, pueden ser tan o más psicoactivos, adictivos, tóxicos y alienantes que el vínculo con una sustancia. 
  2. La producción permanente de carencia en la subjetividad del consumidor. La renovación permanente del “ser de la falta”, como equipamiento subjetivo básico. Falta que promete ser colmada, siempre momentáneamente, por un hiperobjeto diseñado por el sistema para esos fines. Este fetichismo postmoderno, recurre a los mismos mecanismos de desplazamiento y condensación descritos por Freud; lo que varía fundamentalmente es su régimen de temporalidad. Este es un fetichismo hiperveloz de la era del zapping y del marketing: todo me seduce, todo me maravilla, pero por cinco minutos. Luego me desencanto y vuelvo a sentir mi “falta”, mi agujero existencial, mi castración, mi depresión. 

Como reza un spot publicitario: “no hay depresión que una buena tarde de shopping no pueda curar”. Frente a estas “neurosis de consumo”, que todos en mayor o menor medida padecemos, el adicto construye una suerte de “psicosis de consumo”, pero a diferencia del psicótico, que frente a una realidad intolerable construye su delirio como una realidad interna alternativa en la que se refugia, el adicto se mantiene precariamente vinculado a la realidad con la ayuda de su hiperobjeto protector, que funciona como un objeto “transicional” que amortigua el impacto de una alteridad, también insoportable. El vínculo con ese objeto de consumo casi perfecto, le permite recrear, en un circuito de repetición alienante, las matrices primarias de significación y vinculación tóxicas que incorporó en sus vínculos primarios con su familia de origen y su entorno social. 

Por esto es que el adicto funciona para el hombre occidental medio, “normal y legalista”, como un espejo deformado que le devuelve su propia imagen desfigurada y aumentada. Por temor a esa siniestra proximidad es que prefiere verlo como un ser por completo extraño, ajeno totalmente a sus valores e intereses. Como un inadaptado radical a la sociedad que él integra pacíficamente. Aunque nos cueste reconocerlo, su compulsión se nutre de nuestros más queridos patrones culturales, frente a los cuales no actúa como un inadaptado sino todo lo contrario. Más bien tendemos a pensar que su conducta es una extraña forma de hiperadaptación a los dispositivos socioinstitucionales de subjetivación rectores de nuestra cultura

La adicción la pensamos entonces, en una escala de análisis macrosocial, como una fusión momentánea y siempre insuficiente – alienación consumista perfecta – entre un hiperobjeto que promete y sabe prometer siempre más a un sujeto que se siente cada vez menos. En un momento histórico en el que los objetos de consumo se fetichizan, mistifican y “personalizan” cada vez más, la subjetividad del consumidor está condenada a ahuecarse, despersonalizarse y cosificarse cada vez más en el homo zapping actual. No es de extrañar que la figura del zombie sea un emergente social tan intenso en el momento actual, construyendo incluso toda una “cultura zombie”. Ya ni siquiera es necesario estar vinculado a otro ser humano, sino simplemente “conectado” a los circuitos de consumo, como sugiere la campaña publicitaria de nuestra empresa estatal de telecomunicaciones en su slogan: “estar conectado es estar”. 

Los adictos, en una rápida mirada macrosocial, serían entonces los hijos perfectos del feliz matrimonio entre el capitalismo líquido actual, con sus hiperobjetos fetichizados en un tiempo social acelerado hasta el vértigo, y el “ser de la falta” como equipamiento subjetivo básico aportado por el marketing. 

Las formas predominantes de organizar nuestros vínculos como consumidores con nuestros objetos de consumo en el mercado global, rápidamente se desplazan inconscientemente hacia los vínculos interhumanos. Por ejemplo: la regla de la obsolescencia programada de los objetos de consumo, induciéndonos al  “úselo y tírelo” y cuanto más rápido mejor, (diluyendo así la “subjetividad reparatoria” de objetos y vínculos de las generaciones anteriores) se instala rápidamente en la subjetividad humana, organizando las formas más usuales de vincularnos con nuestros congéneres”. 

PERSPECTIVAS BÁSICAS DE LA TOXICOLOGÍA VINCULAR:

 

A continuación pasamos a describir cinco de las perspectivas que consideramos esenciales en nuestro paradigma de comprensión y abordaje clínico de las adicciones. Debemos aclarar que la numeración que se asignó a las premisas conceptuales y metodológicas básicas, no implica una jerarquización en orden de importancia de las mismas, sino simplemente una ordenación arbitraria de cinco postulados fundamentales de nuestro marco conceptual: 

  1. Enfoque centrado en el diagnóstico e intervención sobre las matrices primarias de significación y vinculación tóxica y no sobre las sustancias o “las drogas”.
  2. Enfoque contextualizante, situacionista y no “individualizante”
  3. Utilización de la metáfora teatral
  4. Consideración de la clínica como un ejercicio de micropolítica – clínica entonces ineludiblemente historizada e implicada
  5. Perspectiva grupalista

 

Ampliando:

  1. Enfoque centrado en el diagnóstico e intervención sobre las matrices primarias de significación y vinculación tóxica y no sobre las sustancias o “las drogas”.

“Cuál es la pauta que conecta al cangrejo con la langosta, a la orquídea con la rosa y a los cuatro conmigo”

  1. Bateson

“Ser productivo es aquél que es capaz de construir otro destino que el suyo”

  1. Levinas

 

Desde nuestro paradigma, ante la pregunta ¿qué vincula el vínculo para nosotros? Diríamos provisoriamente: un “interior” y un “exterior” entre muchas comillas. Como una persona se vincula con su entorno, cómo opera en él, en definitiva: cómo administra su alteridad, es, en buena medida el efecto de cómo su entorno, su alteridad, ha operado en él, cómo su contexto socio-histórico ha “formateado” su interior, su psiquismo, y también su cuerpo, en su proceso de socialización. 

Esta ineludible e intensa presencia de “los otros en nosotros”, de los códigos socioculturales y encuadres institucionales hegemónicos formateando nuestra biología y nuestro psiquismo, es lo que denominamos matrices primarias de significación y vinculación que constituyen una noción central en nuestro paradigma. No debemos olvidar, desde la concepción monista e integradora del hombre como unidad biopsicosocial indisoluble que estas matrices primarias de significación y vinculación son también matrices neuronales. La cultura y el capital simbólico de un ser humano también “se hacen biología”. 

Estos procesos son particularmente notorios en las primeras etapas de la vida, donde la neuroplasticidad del Sistema Nervioso Central se torna particularmente evidente. El cerebro de un niño que maneja la lectoescritura se estructura en forma diferente del niño que no accede a esa tecnología. El cerebro y las redes neuronales de un niño que accede a las nuevas tecnologías informáticas precozmente también se estructura en forma diferente del que no lo hace

Las redes neuronales de nuestro Sistema Nervioso Central se estructuran isomórficamente con nuestras redes y matrices vinculares sociohistóricas. Cuanto más ricas, complejas y estimulantes son nuestras matrices de significación y vinculación  (que podemos considerar las matrices basales de nuestros vínculos, que constituyen nada menos que nuestras “sinapsis sociales”) más ricas y complejas serán nuestras sinapsis neuronales y viceversa, en procesos causales circulares y recursivos. El cerebro humano, a diferencia de las máquinas, es el único procesador cuyo Hardware (soporte material biológico – neuronal) es permanentemente modificado y reestructurado por su software sociohistórico (sociogénesis vertiginosa que acelera procesos de aprendizaje, a través de la incorporación de nuevas herramientas y estrategias socioculturales, asimilación de nuevo y más sofisticado capital simbólico, aportado por las generaciones precedentes mediante siempre renovadas tecnologías)

Pero sobre todo, como sustrato basal y posibilitador de estos procesos sociogenéticos: vínculos, relaciones, siempre relaciones. 

 

El hecho fundamental de la existencia humana es el Hombre con el Hombre. Lo que singulariza al mundo humano es por encima de todo, que en él ocurre entre ser y ser algo que no encuentra par en ningún otro rincón de la naturaleza”

  1. Buber

Una premisa fundamental de la toxicología vincular que proponemos, es que desde nuestra concepción lo que más nos aproxima al “ser del hombre”, es paradojalmente una perspectiva no “ontologizante”, “sustancialista”, o “esencialista”, sino por el contrario relacional, vincular y funcional. 

Por lo anterior es que en nuestro paradigma, los conceptos, las nociones y las técnicas no remiten a supuestas “esencias”, universales o transhistóricas, sino a funcionamientos complejos en circunstancias concretas. 

Esta perspectiva nos hace desconfiar visceralmente de todas las propuestas asistenciales o preventivas en adicciones que partan de premisas tales como “los adictos son de tal o cual manera”. 

Desde nuestro punto de vista toda teorización, o técnica implementada deben pensarse y usarse como herramientas destinadas a promover procesos de cambio de funcionamientos (personales, grupales e institucionales) en circunstancias concretas. Por ejemplo en lugar de preguntarnos cómo es un adicto a la pasta base, de intentar dibujar su perfil individual, nos interesa en cambio pesquisar un perfil funcional, y anclado en circunstancias concretas, preguntándonos entonces, ¿cómo funciona un consumo problemático de pasta base en una persona que pertenece a una familia que vive en un asentamiento – o en Carrasco – y qué funciones, qué dinámicas sociales y qué beneficios secundarios genera en uno y otro contexto ese consumo? 

A nuestro juicio la condición humana en su perpetuo cambio está mucho más signada y determinada por el “inter-ser”, por lo que se juega “entre” los seres humanos y su cultura en cada momento histórico. 

No debemos olvidar que lo social precede genéticamente a lo personal. La evolución del animal humano, a diferencia del resto del reino animal, es mucho más lamarckiana (capitalizando la herencia de “habilidades adquiridas”, por generaciones anteriores de patrimonio “sociogenético”, cultural, capital simbólico, tecnologías transmitidas transgeneracionalmente) que darwiniana (no ha habido modificaciones significativas en el genoma humano en los últimos quince mil años, pero las diferencias en el capital cultural simbólico “sociogenético”, son tan abrumadoras que hacen de un bebé nacido hoy una persona totalmente distinta – también neuronal y fisiológicamente – a un bebé nacido antes de la revolución neolítica – aunque compartan el mismo patrimonio genético. 

Aun compartiendo una misma época, las diferencias sociogenéticas, pueden ser tan determinantes para el cachorro humano (sobre todo en contextos de exclusión o alta vulnerabilidad social) que tienden a transformarse en destino como nos advierte Levinas al comienzo. Un bebé que en el Uruguay de hoy nazca en un contexto de indigencia estará tan sobredeterminado por esas condicionantes sociohistóricas, que difícilmente pueda sobreponerse a ellas con un proyecto de autonomización que las trascienda. 

En esos “mundos”, ciertos consumos también cumplen funciones sociales muy específicas de control, canalización y regulación de sus violencias inmanentes, con múltiples beneficios secundarios a nivel del complejo “mercadeo” que se instituye a partir de la masificación de esos consumos, ya sea de sustancias legales o ilegales.  

En el Uruguay de hoy, por ejemplo, si bien para la población general la prevalencia del consumo de pasta base de cocaína se ubica en torno al 0.8% o 1%, en esos contextos puede llegar a un 8% o más, evidenciando así la clara influencia de factores “sociogenéticos” en el mismo. Es por esto que desde nuestra implicación en el sistema sanitario público de nuestro país proponemos como objetivo transdisciplinario fundamental en el campo de las adicciones la pesquisa permanente sobre nuestras siempre movedizas “matrices primarias de significación y vinculación tóxicas”, precisamente para bajar su toxicidad simbólica, biológica, psíquica y social y hacerlas así posibilitadoras de vínculos – de un entre, de un inter-ser – que permitan la co-construcción vincular de espacios más habitables y vivibles para los vinculados, potenciando intercambios personales significativos y procesos de subjetivación recíproca más habilitantes y liberadores.

Denominamos matrices de significación y vinculación primarias a estos guiones, códigos y encuadres institucionales primarios aportados al infante por su familia en el proceso de socialización, por el efecto “matricial” o generador de sentidos que poseen, constituyéndose en los operadores simbólicos más estructurantes y basales del psiquismo. Operan como matrices de lectura, interpretación y por lo tanto VINCULACIÓN con la realidad al constituirse en los encuadres socio-históricos internalizados sobre los cuales fluyen los procesos psíquicos. 

LA CONCIENCIA, se instituye y emerge a partir de lo que esos encuadres institucionales internalizados en nuestro proceso de socialización nos permiten vivenciar como real o realizable, siendo las estructuras internas que otorgan sentido a nuestras experiencias, y direccionalidad y soporte a nuestros pensamientos.

  

Estas matrices funcionan como lenguajes, al constituirse en “estructuras matriciales de significación internas” que permiten, en cada escenario familiar y comunitario, el canje de significantes por significados con cierta seguridad para los actores sociales implicados en ellos. De esta manera se organiza la vigencia y permanencia de un “sentido común compartido”, un “guión social consensuado” que oficia como un sustrato común para facilitar las relaciones e interacciones entre los actores sociales que organizan sus vidas y su cotidianeidad compartiendo ese escenario social.

A nuestro juicio lo que mejor caracteriza a una “comunidad” es precisamente esa comunión en torno a un relato basal, a un guión social común que organiza los sentidos hegemónicos en ese escenario social, aportando a los actores sociales implicados matrices primarias de significación y vinculación similares y compatibles. 

De esta manera esta “comunidad matricial de significaciones y sentidos”, este relato consensuado que organiza las formas prevalentes de interpretar, ver y vincularse con la realidad social, se constituye en la fuerza de cohesión más poderosa y en la principal garantía de que esa realidad social siga reproduciendo su funcionamiento, a partir de la inscripción – en la subjetividad de los actores sociales implicados en ese escenario – de sus matrices primarias de significación y vinculación en su proceso de socialización.

“La incorporación de todo ese andamiaje de esquemas instituidos de producción de prácticas sociales, y de percepción, valoración y atribución de sentido a esas prácticas, promueve concomitantemente la “producción de sujetos normales”, o “normalizados” a ese dispositivo institucional, y que de esa manera se transformarán en los principales garantes de su perennidad; pues todo intento de cambio, toda fuerza instituyente, amenaza la propia estabilidad psíquica de los sujetos “normalizados” por ese dispositivo.”

  Por ejemplo: ciertos significantes fundamentales en la temática que nos convoca, como “droga, padre, madre, hijo, familia, trabajo, estudio, etc., etc.” remiten a significados muy diferentes en una familia que habita el mundo de un asentamiento, al de una familia del Cerro u a otra de Carrasco. En un sustrato más basal, el deseo humano (a pesar de su potencial instituyente) está también atravesado y en buena medida encuadrado e historizado por estas matrices de significación y vinculación. 

 

Hay muchos mundos y están en este” 

  1. Eluard

Trabajar en clínica desde este marco referencial, nos obliga a “aprender idiomas” todos los días. Nuestro primer desafío diagnóstico será precisamente la pesquisa de estos guiones primarios de significación y vinculación de nuestros consultantes, y su confrontación con las nuestras para intentar la construcción de puentes entre el mundo que ellos habitan y sus códigos y los nuestros. 

Mundos que pueden tener lógicas de funcionamiento absolutamente diversas, y donde las mismas palabras pueden remitir a significaciones, sentidos y realidades muy diferentes generando un riesgo permanente del malentendido, del desencuentro clínico, y aun de la violencia simbólica en un vínculo siempre signado por una asimetría estructural dada por el padecimiento del paciente. 

Debemos aclarar que construir puentes, no implica a nuestro juicio mimetizarnos, o pretender clonar los códigos propios de ambos mundos, sino generar y sostener con el usuario un vínculo signado por la confianza y el respeto, que habiliten la construcción y cuidado de un espacio de subjetivación recíproca a través del cual cada uno dejara huellas significativas y duraderas en el otro. 

Si esta tarea no se incluye en nuestro campo de análisis como un desafío estratégico prioritario, en el mejor de los escenarios la intervención clínica será inútil, pues los consultantes no se sentirán escuchados ni respetados y probablemente tomen distancia de esos técnicos que “viven en otro mundo y hablan otro idioma” (creo que esta es una de las principales causas de que muchas personas sumamente necesitadas ni siquiera accedan al sistema sanitario a pedir ayuda). 

Lamentablemente hay otra alternativa posible más terrible y hoy muy común, que se constituye cuando la intervención clínica se termina transformando (más allá de las intenciones conscientes de los clínicos) en un vínculo de sometimiento sobre los usuarios mediante la violencia simbólica institucional ejercida sobre ellos al imponerles las matrices de significación propias del mundo que habitan los técnicos, como las únicas válidas para todos los mundos posibles. 

Finalmente queremos consignar que desde nuestro paradigma valoramos muchísimo la herramienta farmacológica, pero estamos muy atentos a los riesgos de la farmacologización. 

La farmacologización constituye para nosotros una de las múltiples modalidades de patologización del vínculo terapéutico y se da cuando las “drogas” aportadas por el profesional, en lugar de estar encuadradas en un vínculo significativo, confiable y sostenido con el técnico, el equipo y la institución, que debe siempre funcionar como el principal operador terapéutico, empieza a colonizar y sustituir al vínculo y a quedar en su lugar. De esta forma las “drogas” aportadas por el técnico, pueden empezar a cargar “poderes”, ocupar espacios, y asumir un protagonismo en la vida del paciente que puede llegar a constituir una peligrosa “adicción recetada”.

Un ejemplo paradigmático lo constituyen en nuestro medio el uso masivo e indiscriminado de ansiolíticos (sobre todo los benzodiacepínicos) que generan tolerancia, y uno de los más riesgosos síndromes de abstinencia. 

  • Enfoque contextualizante, situacionista y no ”individualizante” : 

El mundo prepara en nosotros el lugar donde recibirlo”

  1. Buber

“Los consumos problemáticos de las personas no son nada problemáticos para el Sistema. La sociedad de consumo produce subjetividad consumidora.”

 

Si queremos entender al adicto, debemos comprender como funciona EL CONTEXTO FAMILIAR QUE PRODUCE ADICTOS, y si queremos entender cómo funcionan los grupos primarios que producen consumidores problemáticos o adictos, debemos comprender como funciona EL CONTEXTO SOCIAL QUE PRODUCE FAMILIAS, QUE PRODUCEN ADICTOS; sin olvidarnos que hay vínculos causales de doble vía entre estas tres escalas fundamentales para aproximarnos cautelosamente a las fascinantes complejidades inherentes a la condición humana. 

Por lo anterior desde nuestro paradigma  postulamos que toda estrategia clínica en el campo del uso problemático de drogas debe incluir en su campo de análisis – por lo menos – tres escalas diagnósticas y de intervención básicas: 

    1. Personal o intrasubjetiva: donde debemos preguntarnos qué funciones cumple la vinculación adictiva y qué beneficios secundarios genera en ella. Escala imprescindible, pero absolutamente insuficiente.
  • Familiar, grupal o intersubjetiva: evaluando también aquí qué funciones y beneficios secundarios cumple el consumo en los grupos más significativos para el usuario, sobre todo su familia. 
  • Institucional, social o transubjetiva: sosteniendo en ella también los mismos interrogantes respecto a las funciones y beneficios secundarios generados por el consumo en su escenario social. 

Estas tres escalas, que bosquejan y nos recuerdan los tres registros indisolublemente conectados de la realidad humana, advierten a nuestro juicio a los equipos clínicos las áreas de eficacia y de ineficacia operativa de sus herramientas, aportando así perspectivas más fiables para el diseño de estrategias a nivel de promoción, prevención o asistencia. 

Podríamos tomar como ejemplo el enfoque transteórico o la herramienta de la entrevista motivacional. Desde la década del 70’ el enfoque transteórico aportado por J. Prochaska se ha constituido en una herramienta muy usada en los abordajes del UPD. Los problemas surgen cuando le exigimos a herramientas como estas, que fueron diseñadas para pensar y actuar clínicamente sobre procesos de cambio en la escala 1 (personal o intrasubjetiva), que operen con la misma eficacia y nos permitan comprender y potenciar procesos de cambio y motivacionales en las escalas 2 y 3, donde operan infinidad de variables nuevas, que hay que incluir necesariamente en el campo de análisis interdisciplinario para el desarrollo de herramientas específicas, muchas de las cuales no son fácilmente extrapolables de una escala a otra. 

En pocas palabras: las herramientas que pueden ser valiosísimas para entender y operar sobre procesos intrasubjetivos en la escala 1 pueden ser absolutamente ineficientes y hasta contraindicadas para comprender procesos y actuar sobre ellos en la escala 2 de la familia y grupo secundario, así como también herramientas válidas para la comprensión y acción sobre dinamismos grupales propios de la escala 2 es posible que resulten nada válidos para entender procesos socio institucionales  transubjetivos de la escala 3.

Con los compañeros del equipo del área de familia del policlínico de farmacodependencia del Maciel implementamos – entre 1990 y 2005 – un dispositivo de intervención clínica destinado a bajar la “toxicidad vincular familiar” en familias de adictos y consumidores problemáticos. Este dispositivo nos ha resultado muy útil para encuadrar nuestras intervenciones clínicas en la escala “2”. Haremos una breve descripción de esta modalidad de abordaje, que se consolida a partir de una rica casuística nacional (más de trescientas intervenciones familiares en un centro de referencia nacional público) realizadas a familias severamente disfuncionales en régimen ambulatorio, logrando una alta adherencia al dispositivo (alrededor del 85% de las familias finalizaron la intervención).

DESCRIPCION DEL DISPOSITIVO ASISTENCIAL

Intentaremos delinear la modalidad general de abordaje a familias de consumidores habituales y adictos que hemos utilizado entre 1990 y 2005 en el Área de Familia del Policlínico de Farmacodependencia del Hospital Maciel.

a)- La pensamos como una estrategia y no como un programa.

Los programas son proyecciones abstractas y mecanicistas que en general los acontecimientos desbaratan, o en el peor de los casos terminan programando los acontecimientos. La estrategia en cambio, es un escenario de acción que puede modificarse en función de las informaciones  y de los azares que sobrevengan en el curso de la experiencia a modo de una “cartografía clínica ad hoc”. Es el desafío de trabajar con cierta tensión de incertidumbre en el abordaje de problemáticas complejas.

b)- La concebimos como una investigación-acción, acotada en tiempo y objetivos, que incluye el diagnóstico y la intervención sobre ciertas zonas de problematicidad, previamente delimitadas en forma genérica, y a las que se intentará acceder en su singularidad con cada familia.

c)- Se trabaja de ocho a diez sesiones de una hora y media, con un ritmo semanal y en algunas ocasiones quincenal.

d)- Las zonas de problematicidad, las conceptualizamos como áreas de particular conflictividad en estas familias, y se les adjudica un carácter virtual, hipotético, a evaluar en el recorrido con cada familia y que oficiarían como marcas de referencia en el mismo, para la investigación-acción. No desconocemos que estos referentes previos, hacia los que pretenderemos aproximarnos con la familia, otorgan directividad  a la tarea, pero lo que particularmente nos interesa como objeto de indagación y acción, es la particular e intransferible conformación que cada familia les da y su modalidad singular de transitar por ellas.

e)- Estas zonas de problematicidad fueron inferidas principalmente del trabajo clínico con consumidores habituales y adictos, bajo la modalidad de psicoterapia individual con objetivos limitados.

Dada la recurrencia de ciertos tópicos observados en estos trabajos individuales se pensó, (a modo de hipótesis a investigar) que éstos no respondían solamente a la particular estructuración psíquica individual de los consultantes, sino que oficiaban como emergentes de una peculiar constelación vincular familiar, que induciría muchos de los efectos evaluados en una primera instancia como patología individual, en una perspectiva que hoy no dudamos en considerar peligrosamente reduccionista.

Siguiendo con esta línea de pensamiento, incluimos estos tópicos como zonas de particular conflictividad a diagnosticar y trabajar sobre ellas en intervenciones familiares pautadas.

f)- Intentaré describir lo más sintéticamente posible cinco de estas zonas de problematicidad utilizadas:

  1. La predominancia de vínculos con características fusionales y simbiotizantes por sobre los vínculos con mayor coeficiente de discriminación.
  2. En consonancia con lo anterior, la gran dificultad en la puesta y mantenimiento de límites que contengan adecuadamente la irrupción incontrolada y no mediatizada de lo pulsional, y que favorezcan la discriminación y consolidación de espacios propios, de roles diferenciados, el reconocimiento mutuo y el intercambio.
  3. La importancia de indagar lo genealógico, donde en general aparecen los abuelos como figuras de mucha relevancia, frecuentemente idealizadas y manteniendo un estricto control sobre la vida de sus hijos, aún a distancia. Es frecuente observar como el consumo es detonado por la muerte de un abuelo al generar un gran desequilibrio en la dinámica familiar. En estos casos, generalmente el adicto es usado para mantener latente este nivel de conflictividad, que asume muchas veces el carácter de una importante crisis existencial en sus progenitores, que él ayuda a mantener larvada y sin resolver. Aclaramos que al sugerir  la importancia de explorar lo genealógico lo planteamos en un doble sentido: 

 

  1. siguiendo la acepción tradicional del término: genealogía en el sentido transgeneracional arborescente, partiendo de la hipótesis de que se necesitan como mínimo tres generaciones para producir un adicto.
  2.  Genealogía tomada en un sentido rizomático que se superpondría al árbol genealógico complejizándolo, mostrando su permanente porosidad con el contexto socio-histórico y la necesidad de sostener una cierta tensión de incertidumbre para su análisis.

 

4)- La necesidad de generar lo que denominamos el síndrome de abstinencia familiar, y evaluar como la familia lo tolera. La noción de síndrome de abstinencia familiar parte de la observación de la importancia que el adicto y su consumo adquieren para la dinámica familiar. La familia no puede quitar los ojos de él, induciéndonos a que hagamos lo mismo.

Aparentemente el adicto es la única fuente de perturbación, cuando en realidad funciona como un hábil prestidigitador, que concita la atención de la familia en un punto, cuando la acción transcurre por otro.

Su familia se va haciendo adicta a este truco de magia, que le sirve para ocultar otras importantes fuentes de tensión y desequilibrio (muchas veces conectadas a duelos enquistados sin procesar, graves desavenencias conyugales en la pareja de sus progenitores, incomunicación, violencia, o situaciones de inminente ruptura matrimonial). Cuando esos niveles de tensión aumentan amenazadoramente, la familia recurre inconscientemente al adicto como a un tranquilizante, drogándose con él, y postergando así el enfrentamiento con sus conflictos. En este sentido es que se intentará descentrar en determinado tramo de la intervención al adicto  de ese rol prescripto y asumido por él, para indagar como esto es tolerado por la familia, generándose un particular síndrome de abstinencia familiar en el que trataremos de operar sobre los niveles de estereotipia que se observen, el interjuego de roles y su movilidad o rigidización, la redistribución de las depositaciones, etc., que nos darán valiosos datos para configurar un pronóstico tentativo.

5)- Exploración del imaginario familiar, con especial énfasis en los mitos familiares, y dentro de ellos evaluar el rol que le compete al adicto.

Entendiendo a la familia como una institución, concebimos sus mitos como uno de sus instituidos fundamentales a develar, pues funcionarían como poderosos sistemas de intelección y atribución de sentido, participando en la dirección de las conductas, en las inversiones  libidinales, así como en el control y la penalización de las desviaciones.

El  grupo familiar configuraría sus mitos tomando como fuentes los mitos aportados por los grupos de origen de los progenitores, con los que siempre tienen  importantes conexiones.

Estas podrían sondearse analizando el cómo y el por qué de su emparejamiento. Cada integrante de la pareja va al encuentro del otro con su guión imaginario, configurado fundamentalmente en su familia de origen, donde ya hay un lugar asignado para sí mismo, para el otro, y aún para los que vendrán. Que se consolide o no el emparejamiento, dependerá  básicamente de la posibilidad de correlacionar ambos guiones, y de que cada uno encarne para el otro los papeles asignados.

En esta trama mítica que se va tejiendo desde el inicio de la pareja, ya hay un lugar y una expectativa de rol asignado a los hijos mucho antes de que éstos nazcan. Buena parte de su desarrollo futuro dependerá de las características del personaje que encarnarán en el guión imaginario de sus padres, y de sus habilidades para sortearlo, o enriquecerlo y ampliarlo haciendo oír su propia voz.

Indudablemente cierta dosis de mitología compartida favorece el agrupamiento, pues organiza toda una serie de pautas, de interacciones que no tienen que ser explicitadas, incorporadas como un cierto sentido del juego que hay que seguir aunque no estén enunciadas sus reglas, (o precisamente por ello) constituyendo una suerte de matriz relacional básica sobre la cual se irán conformando los vínculos intragrupales, y del grupo y sus miembros con el medio social. En este punto creo importante destacar, intentando evitar viejas dicotomías: dentro – fuera;  interno – externo; endogrupo – exogrupo o aún familia – sociedad, que estas formaciones imaginarias, desde su gestación se van nutriendo y modelando de acuerdo al momento social-histórico que permanentemente las transversalizará, al decir de F. Guattari. Lo peligroso surge cuando la zona en que operan estas reglas de juego compartidas es tan amplia y rigurosa, que los mitos adquieren el estatuto de principios incuestionables que se mantienen con absoluta rigidez y violencia, pues el temor es que si se ponen en duda, toda la estructura grupal se derrumba. Los mitos siempre responden dinámicamente a una amenaza latente de descomposición, de violencia, de locura, y de muerte.

La fijeza de la conducta del adicto mucho tiene que ver con la rigidez de las expectativas de sus progenitores respecto a su conducta, y a la fantasía inconsciente, (operante en la familia) de que apartarse de ella aparejaría la irrupción del derrumbe, la locura o la muerte en el grupo familiar. 

La rigidez o flexibilidad de estos guiones imaginarios familiares y la “habitabilidad” del lugar que en ellos se le asigna al adicto determinarán el grado de “toxicidad” de las matrices primarias de significación y vinculación familiares. El diagnóstico e intervención clínica sobre esas matrices primarias de significación y vinculación para disminuir sus “toxicidades”, se constituirán en los principales objetivos estratégicos de la intervención terapéutica familiar. 

A modo de ejemplo recuerdo el caso de una paciente alcohólica, que al ser interrogada por el origen de su nombre me respondió que su madre, cuando estaba embarazada de ella, iba todos los días a rezar a una parroquia por la vida de un hermano de la paciente, que en ese entonces, y durante varios meses estuvo entre la vida y la muerte. Allí  hizo la promesa de que si el hijo que llevaba en su vientre era mujer, le pondría el nombre de la parroquia en la que tanto había rezado por la vida de su hijo moribundo, y que finalmente se salvó.

Esta paciente, cercana  a los cuarenta años, se encargó sistemáticamente a lo largo de su vida de boicotear todo intento de separarse de su familia de origen, conformada por su madre y este hermano, frente a los cuales se sentía “muy responsable” y a los que les podía “pasar cualquier cosa”, según sus propias palabras, si ella no los cuidaba y preservaba. El alcohol cumplía en ella por lo menos una doble función: 

  1. – en su inserción familiar, le permitía dejar aflorar periódicamente la agresividad que esta expectativa mítica familiar (de ser el talismán contra la muerte en la familia) al servicio de un funcionamiento simbiótico le generaba, y que, de tanto en tanto, en forma de crisis de excitación psicomotriz inducida y debidamente justificada por el alcohol, se permitía liberar como una especie de válvula de escape para que el ciclo nuevamente recomenzara.
  2. – era uno de los instrumentos utilizados inconscientemente por ella para sabotear sus relaciones de pareja, y así asegurarse el retorno a su familia de origen para cumplir el mítico mandato de protegerla y salvarla.

Para finalizar, quisiera remarcar que la función principal asignada a estas zonas de problematicidad, es servir de referente común, desde el cual guiar nuestras intervenciones terapéuticas familiares acotadas en tiempo y objetivos. Este referente común nos fue particularmente útil, teniendo en cuenta que con los técnicos del Área de Familia del Policlínico de Farmacodependencia del Hospital Maciel, manejábamos diferentes marcos referenciales teórico – técnicos, entre los que se cuentan: la línea sistémica, el psicoanálisis, y la concepción operativa de grupos, lo que no solo no se ha convertido en un obstáculo, sino que por el contrario este marco conceptual y operativo consensuado, oficiando como un lenguaje común ha permitido capitalizar sinérgicamente esas diferencias teórico-metodológicas, que de esa manera aportan una valiosísima diversidad de herramientas y tácticas que pueden ser puestas al servicio de objetivos estratégicos comunes como la pesquisa e intervención sobre las cinco zonas de problematicidad y sobre todo de las matrices primarias de vinculación tóxicas operantes en la dinámica de las familias que “producen adictos”. 

Desde nuestro paradigma “no hay consumos problemáticos disociables de contextos problemáticos”  (familiares, grupales, institucionales, socioculturales y económicos). Por lo anterior consideramos esencial incluir esas variables contextuales en el campo de análisis e intervención sobre los consumos problemáticos, lo que necesariamente nos obliga a construir estrategias interdisciplinarias. Todo abordaje personal “individualizante” por riguroso que sea, es peligrosamente reduccionista y por lo tanto “cronificante” al excluir factores etiológicos esenciales. 

El uso de la noción de individuo en ciencias humanas siempre ha tenido un ángulo peligroso: tiende a generar la ilusión de una suerte de “átomo social autosuficiente, que levita por sus propias fuerzas en el vacío”. Este imaginario nos induce a olvidar que los procesos de “individuación” son estrictamente institucionales y grupales. Dicho de otra manera: que un individuo pueda “individuarse o no” depende fundamentalmente de condiciones de época, y de cómo funcionen sus vínculos primarios en su grupo familiar.

 Este ángulo peligroso de la noción de individuo tiende a hacer deslizar muchas veces a las ciencias humanas hacia lo que denominamos diagnósticos individualizantes y por lo tanto descontextualizantes y cronificantes, al pretender utópicamente diagnosticar, para luego tratar y resolver en la escala del individuo complejas problemáticas y  disfuncionamientos de orden grupal y socio institucional. Como dice el viejo dicho popular “no hay mentira más poderosa que una verdad a medias”, y esa peligrosa “ilusión individualizante” constituye una verdad parcial, pues todas estas problemáticas grupales y socio institucionales que el individuo viene padeciendo, muchas veces desde que “aterrizó en su mundo familiar y social”, ya se han hecho biología y psiquismo en él. 

Para tomar un ejemplo lamentablemente muy conocido para los que trabajan desde el sistema sanitario con poblaciones vulnerables : el sistema nervioso central, el cerebro , y por lo tanto también el psiquismo de un niño que aterriza en un mundo signado por la exclusión, que accede deficitariamente a tecnologías como la lectoescritura, o el mundo informático, y cuyo grupo familiar habita también ese contexto pautado por la inmediatez, escaso capital simbólico y predominio de lógicas de acción y subsistencia, se “formateará” en forma muy diferente al sistema nervioso central, la biología y el psiquismo de un niño que le ha tocado en suerte habitar un mundo más continente, nutricio, con matrices primarias de vinculación más sofisticadas, estimulantes y “hospitalarias”. 

La iatrogenia cronificante de estos diagnósticos individualizantes, que lamentablemente vemos muy a menudo en el sistema sanitario, se da cuando psicologizamos, medicalizamos o psiquiatrizamos las huellas, las marcas, los efectos sintomales en el individuo, de estos severos disfuncionamientos grupales, familiares y socio-institucionales, que al quedar excluidos de esta manera del campo diagnóstico y de intervención clínica, también quedan excluidos de toda acción instituyente, dejando intactos, naturalizados, y aún fortalecidos con nuestro auxilio, estructuras etiológicas fundamentales de los padecimientos que tendemos muchas veces a “cronificar” de esta manera en los consultorios. 

Ante el riesgo permanente de estas perspectivas monodisciplinarias parciales, reduccionistas, individualizantes y por lo tanto cronificantes, desde nuestro paradigma proponemos, no solo como un requisito epistemológico, sino también como un imperativo ético, la construcción y revisión permanente de un campo de análisis interdisciplinario que respete y se ajuste eficientemente a las siempre cambiantes y complejas prácticas sociales y condiciones materiales de existencia de los seres humanos, las que imperiosamente debemos incluir en el mismo para una comprensión y acción más lúcida y eficaz sobre las matrices vinculares que promueven procesos de alienación y las que posibilitan aperturas liberadoras.

Desde nuestro paradigma los consumos problemáticos no constituyen una “patología crónica”, sino que denuncian una problemática muy compleja y multifactorial, que generalmente se va “cronificando” por diagnósticos y tratamientos “cronificantes. Una de las formas más usuales de “cronificar” una problemática compleja, es reducir drásticamente en su campo de análisis y de intervención, el número de variables causales. A mayor riqueza y complejidad de nuestro campo de análisis sobre los fenómenos que abordamos, mayor riqueza y complejidad de nuestro campo de intervención sobre los mismos. Lamentablemente, este postulado también funciona en sentido inverso: un campo de análisis más pobre y rígido, promueve inexorablemente intervenciones rígidas y reduccionistas. Todo lo que se restringe en el terreno de las variables determinantes de un fenómeno complejo, lo reducimos también en la riqueza de posibilidades y efectos terapéuticos en ese dispositivo de intervención. Esas causas que no son incluidas, quedan como impensables, invisibles, naturalizadas, y excluidas por lo tanto, de toda acción transformadora. 

Por lo anterior, consideramos que hoy más que nunca cobra vigencia la vieja advertencia del existencialismo respecto a todas las disciplinas científicas que pretendan operar sobre lo humano: “El yo es indisociable de sus circunstancias” .Debemos cuidarnos muchísimo entonces de cualquier diagnóstico que pretenda evaluar un “yo” sin pensar en la vinculación de ese “Yo”, con las circunstancias socio-históricas que lo encuadran. 

La existencia humana aparecería como la figura visible de una dialéctica permanente, en la cual el yo es “formateado” permanentemente por los códigos, las normas, las ideologías, los paradigmas hegemónicos, su inserción de clase; en definitiva : los encuadres prevalentes de funcionamiento social del mundo en el que le toco en suerte aterrizar. A su vez el yo no funciona simplemente como arcilla pasiva modelada por su entorno, sino que es capaz también de incidir en él,  y modificarse a sí mismo modificando sus circunstancias, en una dialéctica permanente entre procesos de “construcción histórica de la subjetividad “y de “construcción subjetiva de la historia”, que podríamos sintetizar en la siguiente imagen: “Somos incesantemente construidos por el mundo que construimos”.

Por último, debemos aclarar que la discriminación “yo-circunstancias” puede promover la engañosa ilusión de una frontera clara entre ambos términos. Entre el “adentro” de mi yo y el “afuera” de mis circunstancias socio-históricas. Esa frontera, que de clara y discriminada tiene muy poco, constituye para nosotros la noción de vínculo, que es nuestra herramienta básica para la construcción de una clínica historizada e implicada de los consumos problemáticos. 

  

3) UTILIZACIÓN DE LA METÁFORA TEATRAL

 “La Historia de la humanidad, podría resumirse en la diferente entonación de unas pocas metáforas”. 

  1. L. Borges

Desde nuestro paradigma una de las metáforas más fértiles como categoría de análisis para guiarnos cautelosamente en las complejidades de la condición humana es el teatro. Una de las ventajas de esta metáfora es que nos obliga a recordar algo que las ciencias humanas han olvidado muchas veces en peligrosos y “adictivos” reduccionismos: como actor social, el ser humano desarrolla ineludiblemente todas sus actuaciones en diferentes escenarios socio-históricos, poblados de otros actores sociales con los que se vincula, y esa vinculación está sobredeterminada y regulada en buena medida, por los códigos, normas, y encuadres propios de esos escenarios que se constituyen en los guiones institucionales de la obra social que se desarrolla en ellos. 

Desde este punto de vista, nuestro escenario social-histórico y sus guiones, es decir: la sociedad que nos tocó en suerte (nuestra familia, nuestras instituciones de pertenencia y referencia, nuestra clase social, nuestra formación disciplinaria, nuestra religión, etc.) no constituyen un afuera, un exterior con el que nos relacionamos, sino que estructuran nuestra interioridad más íntima, más profunda – no hay nada más íntimo que lo público – construyendo nuestros encuadres internos, nuestro software inconsciente, nuestras matrices primarias de lectura e interpretación de la realidad, desde los que estructuramos nuestros vínculos con un “exterior”, en una frontera siempre borrosa, con zonas indiscriminadas, simbióticas, inconscientes. 

La noción de vínculo, para nosotros, remite a esa frontera en permanente litigio, entre un “interior” y un “exterior” entre muchas comillas. Desde esta perspectiva podríamos invertir el orden del siguiente enunciado que dicta el sentido común: “los grupos y las instituciones están formados por sujetos” y afirmar enfáticamente que también los grupos y las instituciones forman sujetos y objetos; o más precisamente subjetividades (y en el mismo proceso, construyen objetividades sintónicas con esas subjetividades). 

El análisis de la subjetividad (que serían las formas socialmente instituidas de pensar, sentir y actuar, y más genéricamente de vincularnos con la realidad) nos obliga entonces a un análisis simultáneo de los dispositivos institucionales de subjetivación que producen esa subjetividad. 

De esta manera, Hombre e Historia, aparecen indisolublemente vinculados en una coproducción recíproca permanente donde opera una causalidad circular y recursiva que, como decíamos antes, podríamos intentar esquematizar en la siguiente fórmula: el Hombre es construido por el mundo que construye. 

Este punto de vista nos advierte sobre el riesgo de ciertos enfoques cientificistas (herencia del positivismo mecanicista de la modernidad) con consecuencias nefastas, sobre todo en el campo de las ciencias humanas que incursionan en la clínica. Este error lo podríamos ejemplificar en la vigencia de la pretensión ilusoria de poder pensar y trabajar inmunes a nuestra implicación en nuestro momento histórico. 

Lamentablemente todavía hay personas que se sienten capaces de hacer un feliz recorrido todas las mañanas por el afuera de nuestra cultura, de nuestras instituciones, de nuestras circunstancias históricas, y desde esta “perspectiva extraterrestre incontaminada”, aportada por ese “más allá” totalmente aséptico, retornar todas las tardes a nuestro mundo con las últimas “verdades objetivas” o evidencias incuestionables para el bien de la humanidad.

 Pensemos por ejemplo en todo el capítulo de los “trastornos de la personalidad asociales” muy conectados con los consumos problemáticos. Si buscamos en manuales como el DSMIV, encontraremos diagnósticos muy precisos y descripciones muy rigurosas y exhaustivas de su sintomatología. Observables basados en una “medicina de la evidencia”. Lo que tienden a olvidar esos manuales, es que esos observables y esas evidencias, se construyen desde un mundo con reglas de juego, matrices de significación, encuadres, códigos y lenguajes muy diferentes generalmente al de los diagnosticados, por lo que pueden llegar a transformarse en peligrosas máquinas disociativas: diagnosticar para luego tratar lo que es asocial para “mi mundo”, pero que en el mundo que habita el diagnosticado puede funcionar muy sintónicamente, funcionando como habilidades necesarias para la socialización, o incluso constituir equipamientos defensivos básicos para su subsistencia. 

No hace mucho en un ateneo clínico escuché como se emitía como mucha facilidad uno de estos diagnósticos, al evaluarse el “precario control de impulsos” y “la baja tolerancia a la frustración”, de un joven consumidor que pasaba promedialmente diez horas por noche tirando de un carrito para proveerse de comida, pues la mendicidad en su adolescencia ya no era redituable como en su infancia, donde la culpa social de las clases más pudientes aportaba mayores dividendos para él y su familia. 

Me gustaría saber qué pasaría con el control de impulsos y la tolerancia a la frustración del que emitió tan ingenuamente semejante diagnóstico si tuviera que vivir una semana en la piel de ese chico. 

Como sugeríamos anteriormente la metáfora teatral nos ayuda a evitar viejas tentaciones reduccionistas al abordar situaciones clínicas complejas como la que antecede. 

En ella se evidencian los riesgos de pretender diagnosticar, para luego tratar al actor social, sin tener en cuenta el escenario social que habita, ni sus guiones, o códigos, matrices de significación, encuadres, etc. 

A la hora de diseñar políticas públicas, la metáfora teatral también nos advierte que en ciertos escenarios sociales “invivibles”, con guiones, códigos y tiempos enloquecedores e inhabitables, el consumo de ciertas drogas no solo no es vivido como problema por sus actores sociales, sino que tiende a quedar naturalizado como un recurso absolutamente necesario para habitar y desarrollar la vida en esos mundos. 

No debemos olvidar al respecto que todo trastorno de la personalidad, y sobre todo cuando son tan epidémicos, como en el momento actual, está denunciando toda una serie de trastornos de la sociedad que debemos incluir necesariamente en nuestro campo de análisis e intervención. A nuestro juicio, el análisis de las nuevas patologías, deberíamos hacerlo en paralelo al análisis de las nuevas normalidades, a las que estas siempre se vinculan dinámicamente.

“¿Dónde está la violencia: en la amenazante turbulencia de las aguas del río o en la estrechez de las orillas que comprimen su cauce?

  1. Duras

Qué “cauces” (léase encuadres, códigos, normas socioinstitucionales – en definitiva escenarios y guiones sociales como organizadores primarios de nuestras modalidades de vinculación hegemónica -) organizan en este comienzo del S. XXI los “turbulentos procesos” de la vida humana.

La metáfora teatral nos advierte de esta manera de los riesgos implícitos en una disociación muy común en las ciencias humanas, sobre todo en las disciplinas “psi”. Nuestro “ojo clínico” tiene una peligrosa desviación: está muy atento a ver, evaluar, diagnosticar, para luego tratar “procesos” patológicos individuales o en el mejor de los casos familiares, pero no ve, y por lo tanto no se analizan ni se tratan los “encuadres” sociales y familiares, sus instituidos fundamentales, los imaginarios hegemónicos que organizan las reglas de juego básicas en cada uno de esos escenarios socio-institucionales. 

“La “figura”, el foco en el campo de análisis y de intervención siempre debe ser el “proceso”, patológico individual o familiar. El “fondo” en esta Gestalt inamovible debe estar conformado en cambio por los “encuadres” institucionales, sociopolíticos, que de esta forma quedan naturalizados, invisibilizados, y por lo tanto bien preservados de toda acción transformadora. Se mantiene vigente con nuestro auxilio, como funcionarios del consenso, “la vieja disociación” entre historia individual e historia social, entre economía libidinal y economía política. En las primeras se nos permite hurgar a nuestro antojo, e incluso se nos autoriza a pretender en ellas modificaciones “estructurales”, pero cuidado con intentar articularlas con las segundas – el clivaje debe mantenerse a todo precio -.”

Cuando aterrizamos en este mundo ya lo encontramos hecho por otros seres humanos que nos han precedido desde el fondo de la Historia. Esa Historia se ha ido materializando en las instituciones que nos reciben, empezando por el escenario institucional familiar. No olvidemos que la familia es nuestro grupo primario pero también una institución fundamental de nuestro sistema social. Esta institución ha venido cumpliendo dos funciones esenciales en el desarrollo humano: 

  1. Gestionar los cuidados imprescindibles para mantener la vida del cachorro humano en su período de indefensión, vulnerabilidad, y altísima dependencia del medio exterior, aportando así una matriz primaria respecto a cómo cuidar y ser cuidado.

 

  1. Inscribir las matrices institucionales primarias, los guiones institucionales básicos en su psiquismo, en ese período de alta fragilidad, plasticidad y dependencia de su entorno, en lo que se denomina habitualmente proceso de socialización. Estas matrices primarias de significación o guiones institucionales primarios, funcionará como un verdadero software inconsciente que se inscribe como soporte del psiquismo del infante, por naturalización e incorporación acrítica.

El proceso de transmisión e inscripción en el psiquismo del niño de estas matrices de significación primaria lo podríamos intentar esquematizar de la siguiente manera: el grupo primario va aportando al infante sus relatos básicos, sus guiones elementales acerca del escenario social que habitan y que ineludiblemente está construido en buena medida por esos guiones. A partir de esta congruencia percibida y confirmada por sus experiencias entre relato y mundo circundante, el niño irá incorporando y naturalizando esas narrativas sintónicas con su mundo. Se le transfiere así el “guión básico sobre el funcionamiento de su mundo que en buena medida ha funcionado y seguirá funcionando así gracias a la permanencia de ese guión”. 

  1. CONSIDERACIÓN DE LA CLÍNICA COMO UN EJERCICIO DE MICROPOLÍTICA – CLÍNICA ENTONCES INELUDIBLEMENTE HISTORIZADA E IMPLICADA

“Todo pensamiento sobre la sociedad y la Historia pertenece de cabo a rabo a la sociedad y a la Historia” 

  1. Castoriadis

Trabajar desde la implicación (noción que proviene del análisis institucional, que la define como el conjunto de relaciones conscientes e inconscientes con el sistema institucional) en la clínica, nos mantiene atentos frente a algo que tendemos fácilmente a olvidar los que trabajamos en el territorio de lo Humano: que los datos de la realidad, que yo observe, están indisolublemente ligados a la libreta de apuntes que yo posea para recepcionar, clasificar, entender, tratar – en definitiva – vincularme con dichos datos y realidades. 

Por lo anterior, desde nuestro marco referencial, es tan importante el análisis de las realidades que abordamos como los instrumentos teórico-metodológicos que yo posea para pensarla, los paradigmas que incorporé, mi extracción de clase, y todos los encuadres – prótesis que hemos ido incorporando y naturalizando en nuestro proceso de socialización y formación disciplinaria. 

Nuestras instituciones de pertenencia y referencia (nuestra familia, nuestra clase social, nuestra ideología, nuestra formación disciplinaria, nuestros paradigmas, nuestros sistemas de creencias, etc.) nos habitan, conformando nuestro inconsciente en los niveles más basales, constituyendo los encuadres primarios sobre los que se fundan los procesos psíquicos. Estructuran de esta forma nuestra subjetividad, nuestra identidad y nuestra naturaleza protésica. 

No vemos con nuestros ojos u oímos con nuestros oídos. Nuestros sistemas sensoriales nos aportan un material en bruto, que inmediatamente es filtrado, decodificado y procesado por todas estas matrices de significación y lectura institucionales de la realidad, por todo nuestro software socio-histórico inconsciente incorporado en nuestro proceso de socialización. 

Estas prótesis socio-institucionales se integran de tal manera a nuestro organismo, a nuestros tejidos, que cualquier cuestionamiento, cualquier movimiento en nuestros paradigmas, en nuestras más queridas y familiares verdades, en nuestras libretas de apuntes de la realidad, la vivimos como una terrible amenaza – y efectivamente lo es – de desestructuración psíquica, de desrealización y psicotización. 

Por eso quizás siempre ha sido tan tentador, para los hombres y mujeres que hacemos clínica, ver una identidad donde nunca la hubo: entre los datos de la realidad y nuestra siempre precaria e insuficiente libreta de apuntes. Y ante la ineludible discordancia entre los datos de la realidad y nuestros paradigmas, nuestras matrices de significación, nuestras prótesis, entonces peor para la realidad. 

Este inconsciente–impensable, solo se hace consciente–pensable  a través de la naturaleza política del Hombre, de su inmanente capacidad instituyente mediante la acción colectiva, de su disposición a sostener una interrogación infinita sobre lo social-histórico y así problematizar – con otros hombres – en el devenir incesante de la historia lo anteriormente instituido, naturalizado, aproblematizado. 

Esta tarea imposible afortunadamente no es disciplinarizable o profesionalizable – es colectiva – corresponde genéricamente al Hombre, y no es expropiable por ningún saber específico.

Como decíamos antes a partir de vínculos significativos entre seres humanos signados por la confianza y el respeto se abre un campo “político” de intersubjetividad instituyente, donde el mundo interno de cada uno y todos sus códigos, encuadres y matrices incorporadas y naturalizadas se desnaturalizan por la acción de ese vínculo, de ese “inter-ser” subjetivante para los vinculados, que de esa manera por efecto del “otro” y su ineludible, fascinante y perturbadora “otredad” ven las carencias, puntos ciegos y precariedades de su “mismidad” previa.  

 

Uno se puede alienar y hacer un uso alienante, hasta de la mejor teoría sobre la alienación”

 

Como planteábamos anteriormente consideramos que la perspectiva interdisciplinaria en ciencias humanas, no constituye simplemente un requisito epistemológico ante el abordaje de realidades complejas, como los consumos problemáticos en el mundo actual, sino un imperativo ético. El equipo interdisciplinario, a nuestro juicio, es el antídoto más eficiente frente al peligro de adicción a la teoría. En relación a lo anteriormente expuesto, para nosotros, nuestros marcos teóricos-técnicos disciplinarios – al igual que las drogas – no son “buenos o malos a priori y para siempre”, sino que depende esencialmente del vínculo que tengamos con ellos. 

El espacio más oportuno para la problematización permanente del vínculo con nuestra formación disciplinaria es el equipo, donde a través de la confrontación interdisciplinaria mantenemos una incómoda pero necesaria conciencia de los puntos ciegos y las fragilidades de nuestras matrices explicativas disciplinarias. 

Toda “formación” implica ineludiblemente cierta “deformación” de la forma de ver y vincularnos con la realidad. No hay teorías o formaciones disciplinarias inmunes a ese riesgo. La psicología inevitablemente generará cierto efecto de “psicologización”, la medicina de “medicalización”, y las ciencias sociales de “sociologización”, de las realidades que abordan con sus siempre insuficientes y precarias matrices de significación e interpretación de la realidad. 

La Interdisciplina no implica una pérdida de especificidad   disciplinaria,  sino un paulatino enriquecimiento de la misma. La confrontación interdisciplinaria, de la que nunca saldremos indemnes, (pues nos posibilita acceder como ningún otro ámbito a nuestra implicación)  nos obliga a procesar duelos, y a tolerar muchos saltos al vacío, producto del ineludible efecto de desrealización, que supone el «desestructurar para reestructurar» nuestros referentes previos, nuestras matrices institucionales de lectura y producción de la realidad, internalizadas en nuestro proceso de socialización y formación disciplinaria. 

Este  proceso personal que – si lo toleramos – generará múltiples Efectos terapéuticos  en nosotros, podríamos homologarlo con un Síndrome de abstinencia, generando síntomas muy parecidos en los integrantes de un equipo. Estos Síndromes de abstinencia disciplinarios que deberemos superar serán peajes imprescindibles, y muy enriquecedores, en  el   tránsito utópico hacia la interdisciplina. 

La Transdisciplinariedad que va surgiendo como producto de esta confrontación – siempre violenta y difícil de metabolizar – hace emerger de este proceso, nuevas articulaciones interdisciplinarias y la potenciación de la Transversalidad disciplinaria.

Estos inevitables reduccionismos disciplinarios no son demasiado peligrosos si podemos mantener una consciencia clara sobre los mismos. Esta consciencia de lo limitado y precario de nuestras matrices explicativas disciplinarias, puede constituirse en un prerrequisito para la elaboración de estrategias multidisciplinarias más ambiciosas. 

La interdisciplina, desde nuestro punto de vista se constituye en momentos de mutación y avance instituyente de los saberes disciplinarios previos, que a su vez produce fenómenos de subjetivación novedosos en los técnicos implicados en dichos procesos. En situaciones extremas de falta de conciencia, de negación omnipotente, esta adicción alienante a la teoría, genera cuatro síntomas patognomónicos que son: reduccionismos, dogmatismo, fanatismo y autoritarismo.

 Afortunadamente existe un excelente tratamiento para esta peligrosa adicción, siempre acechante: nosotros sugerimos enfáticamente la terapia de grupo o mejor dicho de equipo interdisciplinario, para conjurar – siempre provisoriamente pues las garantías nunca son absolutas – los riesgos de aferrarnos adictivamente a nuestras matrices explicativas (sobre todo si son las únicas que conocemos) por la que siempre escaparán aspectos esenciales de las realidades complejas que abordamos. 

Sin duda es una experiencia dura pero sumamente enriquecedora comprobar que hay otras matrices de lectura más eficientes que la nuestra para explicar y abordar ciertos fenómenos, y que superponiéndolas y combinándolas en estrategias de equipo podemos generar aproximaciones más sutiles y eficientes a realidades complejas. Esta terapia de equipo, genera resistencias feroces por lo movilizante que resulta. Una de las formas típicas de aparición es el ataque a los encuadres grupales: “se pierde mucho tiempo”, “yo solo, a mi manera, trabajo más rápido y mejor” promoviendo un retorno regresivo a los “chacrismos” o “feudalismos” disciplinarios, que brindan un imaginario refugio. 

Seguramente aparecerán muchas resistencias y recaídas en el tránsito interdisciplinario, pues  como decíamos antes generalmente se percibe como una amenaza a la “identidad profesional”, un “desdibujamiento” de roles, funciones, saberes y poderes instituidos. 

Nosotros afirmamos enfáticamente desde nuestra experiencia, que esa movilización que ineludiblemente genera la interdisciplina está al servicio de un fortalecimiento y enriquecimiento identitario por flexibilización y ampliación de las matrices de significación disciplinarias previas, que posibilitan nuevas perspectivas más creativas, abarcativas, contenedoras y liberadoras tanto para los técnicos intervinientes, como para los destinatarios de nuestras acciones. 

Por lo anterior, uno de los postulados de nuestro paradigma, es que solo podremos generar y sostener en el tiempo prácticas clínicas liberadoras con nuestros usuarios en las instituciones donde desarrollemos nuestras prácticas, si esas instituciones también toleran prácticas sociales liberadoras en sus funcionarios, lo que implica aceptar una mirada crítica sostenida en el tiempo, sobre sus instituidos fundamentales. 

Una clínica implicada también nos es útil para convivir institucionalmente con una incómoda verdad: hay una ineludible distancia entre lo que deseamos y pensamos y lo que efectivamente terminamos haciendo. 

Si la escala de la institución aumenta en tamaño y complejidad, generalmente esa distancia aumenta proporcionalmente.  Por lo anterior consideramos de vital importancia generar y mantener ámbitos de análisis crítico permanente de esa distancia para minimizarla, aunque lamentablemente nunca podamos suprimirla. 

En el Portal Amarillo los ámbitos privilegiados para esa revisión crítica permanente son las reuniones de equipos semanales de los tres dispositivos, y el grupo “pensar la clínica”, cuya consigna fundamental es precisamente la problematización y desnaturalización permanente de nuestras prácticas en un ámbito grupal donde solo se exige como pasaporte de ingreso un gran respeto y cuidado de las diferencias que muestra cada uno de sus integrantes, en la producción y metabolización de las “verdades” sobre la clínica que en él circulan.  

  1. PERSPECTIVA GRUPALISTA

Lo que mejor caracteriza a un ser humano es cuanta verdad es capaz de tolerar”

                                                                                                                         F.Nietzsche

 

Tomando esta consigna nietzscheana intentamos extrapolarla apresuradamente a las otras dos escalas básicas de la existencia humana: la intersubjetiva o grupal y la socio histórica o institucional, afirmando: 

Lo que mejor caracteriza a un grupo humano es cuanta diversidad entre sus miembros es capaz de tolerar”

“Lo que mejor caracteriza a una institución es cuanta novedad es capaz de tolerar”

“En el contexto social actual, caracterizado por el debilitamiento del tejido social, el desamparo vincular, la hiperfetichización de los objetos de consumo y el aislamiento consumista consideramos a los dispositivos grupales como una herramienta clínica de primer orden. 

Para el consumidor problemático, cuyos patrones vinculares primarios están caracterizados por la indiscriminación, la simbiosis, lo fusional, la violencia y la cosificación, el grupo le ofrece una suerte de “entrenamiento intensivo” en matrices vinculares alternativas, caracterizadas por la discriminación, el reconocimiento mutuo, el respeto y la confianza. 

En relación a lo anterior, otro postulado de nuestro paradigma, es que solo podremos generar y mantener en el tiempo dispositivos grupales caracterizados por la confianza y el respeto a nuestros usuarios, si somos capaces de generar y sostener al interno de la institución, dispositivos grupales interdisciplinarios caracterizados también por la confianza, respeto y valoración de su diversidad interna. 

Ampliando la consigna nietzscheana decíamos que lo que mejor caracteriza a una institución es cuánta novedad es capaz de tolerar, y lo que mejor define a una grupalidad productiva, es su poder de capitalización de las diferencias entre sus integrantes. Una grupalidad que conoce y promueve las diferencias desde la confianza y el respeto mutuo se constituye en un poderoso dispositivo de individuación y autonomización de sus integrantes. Este tipo de grupalidades generan a su vez el mayor reservorio de fuerzas instituyentes promotoras de crecimiento y cambio en una institución. 

Por lo anterior consideramos que los grupos secundarios cumplen hoy varias funciones terapéuticas esenciales.

  1. Ofician  como  espacio restaurador por excelencia del anémico entramado social actual
  2. Se constituyen en espacios de narcisización secundaria y de subjetivación alternativos frente a las carencias de sus grupos primarios
  3. Ofrecen una red de sostén afectivo y un “holding” que contiene y propicia procesos identificatorios cruzados
  4. Se constituyen en un espacio apropiado para el análisis crítico de las matrices primarias de significación y vinculación tóxica, y su sustitución paulatina por otras signadas por la discriminación, la solidaridad, la confianza y el cuidado y el respeto mutuos
  5. Al promover procesos de individuación bloqueados de sus grupos primarios, otorgan al sujeto los niveles de narcisización, juicio crítico y fortalecimiento yoico básicos como para abordar y sostener en el tiempo espacios terapéuticos individuales

“Como ya hemos enfatizado anteriormente, desde la “toxicología vincular”, consideramos que el adicto sólo podrá modificar su relación con la sustancia solamente si es capaz de problematizar y modificar sus matrices primarias de vinculación tóxica con otros seres humanos y con su cotidianeidad social. 

Los dispositivos grupales implementados en el Portal Amarillo, apuntan estratégicamente a constituirse en ámbitos de acompañamiento y contención en el difícil proceso de descubrimiento y análisis crítico de esas matrices primarias de significación y vinculación tóxica.

Ese descubrimiento se ve favorecido por la visibilidad que cobran esas matrices gracias al efecto de contraste generado entre esos equipamientos defensivos de subsistencia, necesarios y hasta imprescindibles en sus grupos y contextos socio-institucionales de referencia, y los que encuentran en la institución, al ser recibidos en un colectivo cuya consigna primaria es la aceptación respetuosa del otro y sus diferencias personales, promoviendo la escucha atenta por parte del grupo, de la singularidad de cada historia de vida.

En esa escucha activa la pareja coordinadora intentará permanentemente someter a cada integrante a un síndrome de abstinencia discursivo, al promover que se hable lo menos posible del consumo y lo más posible de la persona y su historia de vida, el lugar en su familia de origen, y sus vínculos más significativos avanzando así en la conformación del mapa vincular primario de cada integrante. 

Hablamos de síndrome de abstinencia discursiva por la movilización y desestabilización que esta maniobra genera, al obligarlos a abstenerse de su identidad de consumo, de todos sus circuitos instituídos de intercambio simbólico, de vinculación con su entorno y sus beneficios secundarios. Esta es sin duda una de las maniobras técnicas más difíciles y necesarias: el mantener inhibido en el grupo el protagonismo y el poder que el consumidor tiende inconscientemente a asignarle en su discurso a la sustancia, promoviendo en cambio, la emergencia de lo que habitualmente queda excluido del mismo, y que a nuestro juicio constituye un invalorable material de análisis grupal: su historia de vida, sus grupos de pertenencia y referencia, su cotidianeidad y su mapa vincular. 

El antídoto que se le ofrece frente a este síndrome de abstinencia discursivo es el holding grupal, considerando que el grupo es la herramienta clínica más adecuada para instalar procesos de narcisización secundaria, de personalización, y de subjetivación alternativos que no han sido bien laudados en su grupo primario. 

Sus historias pueden ser resignificadas, al ser revisitadas en un contexto grupal con escucha, reglas de juego, códigos y límites bien distintos a los que operan en sus grupos primarios.

Sabemos que esto somete al adicto a una crisis por la violencia del contraste entre sus estructuras internas de vinculación previa, en las que las drogas y su identidad de adicto cumplían funciones fundamentales, y un ámbito grupal nuevo donde se lo invita a desnudarse de estos viejos ropajes y construir esquemas identitarios alternativos, al ser reconocido, visto, escuchado, aceptado y legitimado en otros roles y funciones.

Esto instala un precario equilibrio que la pareja coordinadora debe revisar sesión a sesión: entre la violencia generada por ese contraste para cada uno de los integrantes, y el nivel de contención y sostén afectivo que el propio grupo y sus redes transferenciales van generando para metabolizarla. 

El desafío técnico y humano fundamental (sobre todo con los consumidores de pasta base de cocaína que llegan con una identidad social muy estereotipada y “lapidariamente” consolidada) es no suponer quiénes “son”, sino por el contrario intentar promover un ámbito colectivo que los estimule – desde la confianza y el respeto mutuos – a desplegar libremente sus modos de existencia y de funcionamiento socio-históricos, hacia otros posibles a inventar con otros. 

La instalación simultánea en el Portal Amarillo de grupos de usuarios con grupos de familiares o referentes vinculares significativos, facilita la elaboración de esta crisis al constituir dos dispositivos que se complementan y potencian en sus efectos terapéuticos, al acelerar el procesamiento de las resistencias al cambio en dos planos coexistentes y en paralelo: a nivel del propio sujeto, al sentirse transitoriamente privados de sus esquemas defensivos y de vinculación previos y a nivel del grupo familiar del usuario, que ante los cambios observados en el “paciente designado”, se ve forzado a reconocerle un posicionamiento diferente en la dinámica familiar, viéndose de esta forma interpelado en su propio funcionamiento que deberá ser estructurado, asignando nuevos roles y redistribuyendo las depositaciones entre sus miembros. 

Este diseño clínico de dos abordajes grupales simultáneos y discriminados permite al equipo técnico en las instancias de interconsulta, monitorear en paralelo el proceso de cambio y las resistencias al mismo que aparecen en el usuario y en su grupo primario. 

Todo abordaje terapéutico del vínculo tóxico que un sujeto individual establece con una sustancia, debe ser en definitiva una intervención grupal, familiar y social, aunque nos veamos obligados a trabajar todo esto solo con la persona afectada. Aún en esas situaciones extremas donde estamos forzados por la ausencia de referentes familiares a diseñar estrategias de intervención individuales, estas nunca deben ser individualizantes ni descontextualizantes, pues solo podremos promover cambios significativos y sostenidos en el vínculo de un sujeto con la sustancia, si pudimos problematizar con él cómo su grupo primario e instituciones de pertenencia y referencia “han formateado” inconscientemente su subjetividad y sus matrices de vinculación tóxica. 

Bibliografía utilizada:

Aubert, N. Vincent de Gaulejac: El coste de la excelencia

Austin, J.L.: Cómo hacer cosas con palabras

Badiou, A.: Ética: ensayos sobre la consciencia del mal

Badiou, A.: Teoría del sujeto

Basaglia, F.: Los crímenes de la paz

Bateson, G.: Pasos hacia una ecología de la mente

Baudrillard, J.: El sistema de los objetos

Bleger, J.: Psicohigiene y Psicología institucional

Bleger, J.: Simbiosis y ambigüedad 

Bourdieu, P.: Cosas dichas

Bourdieu, P.: La miseria del mundo

Buber, M.: El conocimiento del Hombre

Buber, M.: Entre el hombre y el hombre

Castoriadis, C.: La institución imaginaria de la sociedad

Castoriadis, C.: La sociedad fragmentada

Castoriadis, C.: Poder, Política, Autonomía

Dabas, E – Najmanovich, D.: Redes, el lenguaje de los vínculos

De Brasi, J.C.; Subjetividad, Grupalidad, Identificaciones

Deleuze, G.: Empirismo y subjetividad

Deleuze, G.: Lógica del sentido

Derrida, J.: La estructura, el signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas

Elkaim, M.: Las prácticas de la terapia de red

Fernandez, A.M.: El campo grupal. Notas para una genealogía

Foucault, M.: Arqueología del saber

Foucault, M.: El nacimiento de la biopolítica

Foucault, M.: Las palabras y las cosas

Foucault, M.: Microfísica del poder

Freud, S.: El malestar en la cultura

Freud, S.: Fetichismo

Freud, S.: Psicología de las masas y análisis del yo

Fried Schnitman, D.: Ciencia, cultura y subjetividad

Gil, D – Nuñez, S.: ¿Por qué me has abandonado?

Gil, D.: Locura y cultura

Guattari, F. – Deleuze, G.: El antiedipo; capitalismo y esquizofrenia

Guattari, F.: El nuevo paradigma estético

Guattari, F.: Psicoanálisis y transversalidad

Hardt, M. – Negri, A.: Imperio

Hardt, M. – Negri, A.: Multitud

Hegel, G.W.F: Fenomenología del espíritu

Heidegger, M.: El ser y el tiempo

Kristeva, J.: Esa increíble necesidad de creer

Kuhn, T.: La estructura de las revoluciones científicas

Laing, R.: Conversaciones

Laing, R.: La política de la experiencia

Lapassade, G.: Grupos, organizaciones e instituciones

Latour, B.: Nunca fuimos modernos, ensayos de antropología simétrica

Levinas, E.: El tiempo y el otro

Levinas, E.: Ética e infinito

Lewkowickz, I.: Pedagogía del aburrido

Lewkowickz, I.: Pensar sin estado

Loureau, R.: Diario de una investigación

Loureau, R.: El análisis institucional

Loureau, R.: El estado inconsciente

Marx, K.: Manuscrito filosófico – económico

Mc Luhan, M.: La galaxia Gutemberg

Mendel, G.: La sociedad no es una familia

Morin, E.: Epistemología de la complejidad

Morin, E.: La noción de sujeto

Nietzsche, F.: Ecce Homo 

Nietzsche, F.: El origen de la tragedia

Nietzsche, F.: Fragmentos póstumos

Nietzsche, F.: La gaya ciencia 

Nuñez, S.: Cosas profanas

Nuñez, S.: Disney War

Nuñez, S.: El miedo es el mensaje

Pichon-Riviere, E.: El proceso grupal

Prigogine, I.: De los relojes a las nubes

Restrepo, L.C.: Droga y reconstrucción cultural

Rizzolatti, G.: Las neuronas espejo

Rodríguez Nebot, J.: Clínica móvil: el socioanálisis y la red

Romani, M.: Mecanismos de criminalización

Royce, J.: Fugitive Essays

Sartre, J.P.: Crítica de la razón dialéctica

Scherzer, A.: Emergentes de una psicología social sumergida

Silva, M.: Reflexiones en torno a una práctica de intervención familiar en una institución pública de asistencia a farmacodepnedientes

Spinoza, B.: Ética

Vigotsky, L.: Pensamiento y lenguaje

Viñar, M.: Psicoanalizar hoy

Virilio, P.: El arte del motor

Virilio, P.: Los límites de la velocidad

Von Foerster, H.: Las semillas de la cibernética

White, M.: Reescribir la vida

Zizeck, S.: La suspensión política de la época

 

Miguel Ángel Silva Cancela

  • Licenciado en Psicología
  • Psicologo Social Clínico especializado en grupos, familias e instituciones.
  • Coordinador responsable del Área de familia del Policlínico de Farmacodependencia del Hospital Maciel (1989 a 2005)
  • Supervisor del Equipo Técnico del “Centro de Información y Referencia Nacional de la Red Drogas”: Portal Amarillo.

Correo electrónico:

                                    misica60@gmail.com